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100 años de un filósofo cruceño

 


                                                                                                             
Hoy, aquí, tan sólo hemos querido rendir sencillo tributo al hombre que quisimos y admiramos. Hace falta ahora, el tributo mayor —y público— al intelectual y pensador.
Agustín Saavedra Weise
 

Aunque resulten molestos, los cuestionamientos internos de la cultura sirven para un saludable debate social. No niego las dificultades que se presentan; con regularidad, los ejercicios de autocrítica pueden ser indeseables. En muchos casos, las personas con quienes convivimos prefieren el silencio o, peor todavía, la ceguera voluntaria frente a las propias imperfecciones. Con todo, no faltan quienes transitan ese camino de provocación, uno que nos permite reflexionar sobre ciertos males colectivos. Fue lo que, por ejemplo, hizo Herman Fernández cuando, hace casi ya 40 años, publicó el artículo «La frivolidad en el cruceño». Observó entonces que, en su tierra, se priorizaban asuntos baladíes, el más trivial consumismo, la predilección por modas foráneas, todo en desmedro del pensamiento. Se había progresado en otros campos; empero, la meditación profunda y seria era una labor pendiente de cumplimiento.
    A pesar de lo anterior, que puede ser discutido, existe una magnífica excepción asociada con esa regla. Me refiero a Manfredo Kempff Mercado, abogado, profesor, académico, político y, lo acentúo, filósofo, que nació en Santa Cruz el 8 de enero de 1922. Relacionado con el mundo de las ideas desde la primera juventud, su vida fue todo menos frívola. En efecto, sea como catedrático que fue contratado por universidades de Chile, Brasil, Venezuela y Uruguay, siendo siempre solvente, o dedicándose a la producción intelectual, su figura merece nuestras mayores atenciones. Es verdad que, habiendo sido senador durante las presidencias de Barrientos y Luis Adolfo Siles Salinas (1966-1969), podríamos quedarnos con esta faceta para destacarlo. No obstante, su vocación mayor, el llamado que cumplió a cabalidad, era el culto del razonamiento filosófico.
    En 1952, apareció su estudio sobre Mamerto Oyola, principal filósofo boliviano del siglo XIX. Don Manfredo escribió también Introducción a la antropología filosófica (Chile, 1965), ¿Cuándo valen los valores? (Venezuela, 1965), Filosofía del amor (Chile, 1973), además de su obra capital: Historia de la filosofía en Latinoamérica (Chile, de nuevo, 1958). Este último libro ha sido referenciado, según pude indagar, hasta el momento, por una veintena de obras del extranjero, volúmenes compuestos por autores de idioma español, inglés, portugués y francés. Más aún, en 1961, una versión resumida fue insertada como apéndice de la reconocida Historia universal de la filosofía, del alemán Hans Joachim Störig. A esta producción, comentada en diferentes naciones, añado su práctica del periodismo filosófico, de ideas, crítico. Colaboró en Presencia (Bolivia), El Comercio (Perú) y El Mercurio (Chile), entre otros medios.
    Conforme a lo dicho por Marcelino Pérez Fernández, Kempff fue un filósofo de los valores y la cultura. En sus reflexiones, anoto la influencia de distintos pensadores, tales como Max Scheler y Ortega, especialmente. Se alimentó también de autores a quienes conoció, llegando a ser amigo de Francisco Romero, Risieri Frondizi, Francisco Miró Quesada, Leopoldo Zea, Roberto Prudencio, Guillermo Francovich y Augusto Pescador, entre otros. Por cierto, fue tan buen cultor de la amistad que filosofó en torno a este sentimiento. Además, como ya evoqué, dedicó un libro al amor. No sorprende, pues era un amante de la sabiduría. Amó asimismo, y mucho, a su esposa, Justita, al igual que a sus tres hijos, Manfredo, Julio y Mario, todos hombres de bien. Murió en 1974 con apenas 52 años. Su obra le confiere inmortalidad.

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