A ella, con la esperanza de hacerla sonreír. El vínculo nació gracias a una de mis disquisiciones filosóficas. Recuerdo que le molestó mi comentario acerca del patriotismo: con solemnidad palaciega, bebió su limonada e infravaloró el razonamiento, argumentando que declararse apátrida era mariconería pura o desdén absoluto por los problemas nacionales. Además, evidentemente fastidiada, ultimó la confutación llamándome ‘Don Ego’, rememorando la obra del escritor Nataniel Aguirre. Tras escuchar su apóstrofe, los otros acompañantes quedaron azorados. Ellos, como todo aquél que ha tenido la desventura (o placer) de conocerme, esperaban una discusión fenomenal, un combate donde yo fuera escarnecido por esta malhumorada razonadora. Luego de agradecer el nuevo sobrenombre, me limité a señalar que, como sus apreciaciones exhalaban iracundia, no podía sostener esa controversia, pues corría el riesgo de ser agredido. Ella rió. Tras esa prueba de humanidad, empecé mi rebatimiento junto a William ...
Olviden la ordinariez que infesta nuestra sociedad, los deberes preceptuados por las agendas laborales y el diplomático recurso de no insultar al prójimo... Caerse del tiempo demanda una extravagancia posmoderna: vivir, aunque sea un instante, con total libertad.