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Mostrando entradas de noviembre, 2017

Políticas de ilustrados, caballeros y rufianes

Es necesario, por el contrario, que esto quede bien claro: nadie puede pensar que una libertad, conquistada durante estas convulsiones, tendrá el aspecto tranquilo y domesticado que algunos gustan soñar. Albert Camus En salones franceses del siglo XVIII, intelectuales como Voltaire y Diderot se encontraban con otros para dialogar acerca de diferentes asuntos. Teniendo una gran cultura, cada uno tomaba la palabra e iniciaba reflexiones que no generaban interrupciones groseras ni bostezos del semejante. Se hablaba de literatura, mas también del poder político. Madame Roland, por ejemplo, fue anfitriona de quienes, en esos ambientes, mediante las deliberaciones correspondientes, apostaron por contrarrestar el jacobinismo. Lo relevante es que, en tales circunstancias, era viable la posibilidad de conversar con el prójimo, razonar sobre sus posiciones, aun expresar desacuerdos profundos. Es cierto que no era un fenómeno masivo; sin embargo, nos muestra un nivel envidiable

Entre la erudición y el analfabetismo

Discursos ingeniosos o buenas salidas no son de uso más que en una sociedad ingeniosa; en la sociedad vulgar, son detestados por completo, porque para agradar en ésta hay que ser absolutamente insípido y limitado. Arthur Schopenhauer En un ensayo que fue publicado el año 1742, David Hume, gran ejemplo de cómo la filosofía puede coexistir con el buen humor, expuso una clasificación del ser humano. Así, conforme a su criterio, los individuos que se dedican a las operaciones de la mente pueden ser divididos en dos grupos: eruditos y conversadores. En el primer caso, hablamos de hombres cuyas reflexiones son tan complejas cuanto solitarias. Desde su perspectiva, la búsqueda de profundos conocimientos es una tarea que puede justificar nuestra existencia. Por otro lado, tenemos a quienes explotan asimismo su capacidad reflexiva, pero lo hacen ante cuestiones de la vida cotidiana, procurando compartir sus opiniones sin esperar el inmediato asentimiento del prójimo. Si bien con

El humano problema de la mortalidad

La obstinada preservación de la vida es una prueba empírica a favor de cierto sentido de la existencia a pesar de todos los sufrimientos que esta implica y en contra de las concepciones nihilistas. Juan José Sebreli Es verdad que todo ejercicio del pensamiento puede resultar provechoso, pues, cuando hay rigor, nos distancia de las equivocaciones y los embustes. Con justicia, en diferentes épocas, se ha planteado que, aplicando la inteligencia, las personas contribuirían al mejoramiento de su vida, tanto individual como colectiva. Cuando razonamos, por ejemplo, acerca del pasado, notamos el valor de obras e instituciones que han sido útiles para establecer condiciones gracias a las cuales nuestra sociedad nos ofrezca un panorama decente, sensato, aceptable. Nadie discute que, en varias ocasiones, los individuos se hayan dejado llevar por el absurdo, perpetrando actos capaces de provocar descomunales masacres. Porque, si bien la racionalidad puede ayudarnos a identificar