En la Hélade , cuando el acto de filosofar no había nacido aún, las verdades irrebatibles eran proferidas por los oráculos. Toda persona que deseaba saciar su curiosidad, obtener explicaciones contundentes sobre diversas inquietudes, acudía a quienes tenían la capacidad de albergar esos dictámenes. Desde luego, ningún hombre osaba replicar lo aseverado por ellos, peor todavía estorbar sus discursos apofánticos. Era un terreno bastante feraz para el soliloquio dictatorial, aquel monólogo que admite sólo glorificaciones circenses. Obviamente, los interlocutores críticos no eran aquí bienvenidos. Pero la intrepidez de los pensadores acabó con el quietismo cerebral. Tal como Tomás Abraham lo señala cuando glosa los comienzos de la filosofía, quienes desafiaron al oráculo expusieron su vida, puesto que cuestionaron los dogmas vigentes. Lidiador brillante, el filósofo rechaza la respuesta dogmática para forjar su propia contestación, una que lo convenza sin remitirlo a misterios religiosos u...
Olviden la ordinariez que infesta nuestra sociedad, los deberes preceptuados por las agendas laborales y el diplomático recurso de no insultar al prójimo... Caerse del tiempo demanda una extravagancia posmoderna: vivir, aunque sea un instante, con total libertad.