Los mortales que han tenido la ventura (¿infortunio?) de conocerme pueden amparar esta declaración: poseo una memoria extraordinaria. Gracias a ella, he recordado todo el discurso proferido en fecha 17 de noviembre del año que agoniza, cuando presentamos nuestros libros al pueblo beniano. Mientras corrijo un ensayo filosófico, te invito a evaluar mis habilidades retóricas. Hace muchos años, Quevedo, célebre literato español, expresó: “Dios te libre, lector, de prólogos largos”; yo, modificando discrecionalmente la frase, podría decir hoy: “Dios te libre, espectador, de discursos kilométricos”. Por ello, procurando evitar los indeseables bostezos, meditaré acerca de nuestras creaciones con el laconismo que me aconseja la prudencia. El pensador John Dewey enseña que la mejor forma de entender una filosofía es preguntarse contra quiénes se dirige. Sin duda, este razonamiento debería ser observado por el mortal que acometiera analizar nuestra obra colectiva. Batallar contra la necedad, los...
Olviden la ordinariez que infesta nuestra sociedad, los deberes preceptuados por las agendas laborales y el diplomático recurso de no insultar al prójimo... Caerse del tiempo demanda una extravagancia posmoderna: vivir, aunque sea un instante, con total libertad.