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Mostrando entradas de noviembre, 2006

Faceta oratoria

Los mortales que han tenido la ventura (¿infortunio?) de conocerme pueden amparar esta declaración: poseo una memoria extraordinaria. Gracias a ella, he recordado todo el discurso proferido en fecha 17 de noviembre del año que agoniza, cuando presentamos nuestros libros al pueblo beniano. Mientras corrijo un ensayo filosófico, te invito a evaluar mis habilidades retóricas. Hace muchos años, Quevedo, célebre literato español, expresó: “Dios te libre, lector, de prólogos largos”; yo, modificando discrecionalmente la frase, podría decir hoy: “Dios te libre, espectador, de discursos kilométricos”. Por ello, procurando evitar los indeseables bostezos, meditaré acerca de nuestras creaciones con el laconismo que me aconseja la prudencia. El pensador John Dewey enseña que la mejor forma de entender una filosofía es preguntarse contra quiénes se dirige. Sin duda, este razonamiento debería ser observado por el mortal que acometiera analizar nuestra obra colectiva. Batallar contra la necedad, los

Live fast, die young

“En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes”. Jorge Luis Borges, «El inmortal», El aleph . - Nuestra defunción es la mayor certinidad que tenemos. Aun cuando variopintos ejercicios espirituales, religiosos y metafísicos intentan prepararnos para su advenimiento, todo se torna huero al momento de arrostrarla. Ya sea liquidando a un familiar o zahiriendo los cuerpos con severas enfermedades, el deceso nos visita cada cierto tiempo, muestra su imperscrutable poder, devela secretos temores. Fernando Savater repele las cavilaciones elaboradas en torno al fallecimiento porque, según su criterio, un filósofo se ocupa sólo de la vida. Los únicos que deben preguntarse acerca del occiso son quienes integran ese patibulario grupo denominado ‘fauna cadavérica’. Pero esos insectos tremebundos no raciocinan sobre lo trascendente; engullen nuestros restos, nada más. Particularmente, el mandato de Horaci

Ese incendiario primer libro

En diciembre del año 2003, tras haber guerreado contra educadores incultos, discípulos necios y burócratas mediocres, publicamos Universidad enferma . Con Octavio Gutiérrez Figueroa, estimado compañero de profusas lidias, trabajamos cada folio pensando en una detergencia institucional que nunca pudo realizarse. Seguro de nuestro laudable designio, el profesor Blas Aramayo Guerrero escribió en las páginas introductorias: “La Universidad así como es fuente de conocimiento, también lo es de crítica constante. Hasta ahora, sin embargo, no se conocía aquel examen sincero que provenga de sus propios protagonistas, que surja de su propio seno universitario, que constituya una verdadera autocrítica, porque cuando el juicio tiene su fuente interna, el que lo emite se está autocensurando. Con este criterio sale a la luz pública la obra intitulada Universidad enferma , producto de la inquietud y de la sensible y acuciosa percepción de dos dignos alumnos, con el bien ganado prestigio de 'Mejor