La impostura no triunfa si no es cuando
tiene factores, admiradores y
cómplices.
Barón de Holbach
En principio, aun cuando la tentación sea enorme, debemos descartar lo
que parecería evidente, vale decir: no es un payaso. Es cierto que, tal como
Mario Vargas Llosa lo advirtió hace más de una década, vivimos en la
civilización del espectáculo. En este sentido, todo, incluyendo la política,
llevaría el signo de lo entretenido. Sus declaraciones servirían para evitar la
pesadez de un panorama sombrío. Porque, en el fondo, sabemos que las
comunicaciones suyas son cercanas al sentido del humor; sin embargo, no debería
ser así. Puede que sus malabares verbales, el uso de una lógica infantil para
dulcificar las miserias del Gobierno, entre otros elementos, muevan a la risa.
El punto es que, siendo pagada por nuestros impuestos, la gracia del bufón se
pierde pronto.
Idealmente, las informaciones brindadas por el Gobierno deberían caracterizarse
por la veracidad. Es obvio que podemos equivocarnos, distanciándonos de la
verdad, pese a pretender lo contrario. Nadie es infalible; demandar que lo sean
quienes están en ejercicio del poder resulta desproporcionado. La desgracia es
que, aunque los hechos puedan contradecir lo afirmado por el régimen, sus
mensajes se mantienen inalterables. Nunca, o muy rara vez, se opta por
reconocer que cometieron equivocaciones. Según parece, una misión central que
le incumbiría es tergiversar la realidad hasta cuando les sea favorable. No es
que sea la única persona culpable del intento de engaño ciudadano, pues las
responsabilidades son cuantiosas. empero, formar parte de la puesta en escena
con un papel más o menos relevante, bastante mediático, justifica su repudio.
La vocería conlleva el abandono de toda condición intelectual. Se terminan
la libertad de pensamiento, el espíritu crítico y, entre otros aspectos, las
interpelaciones por injusticias que notamos. Si hubiese llegado a esa función,
Voltaire habría perdido su esencia. Por lo visto, su tarea es usar conceptos,
categorías o cualesquier teorías, así sean exóticas, para legitimar el mando
del Gobierno. La razón es una herramienta que sería útil para contribuir al
funcionamiento de su maquinaria burocrática. Siguiendo esta línea, hay pocas
cosas tan contrarias a la intelectualidad como cumplir ese oficio. A lo sumo,
podríamos reconocer el mérito de enlazar ideas para fundamentar su propaganda; con
todo, no existe una cualidad ética que resulta siempre superior. Porque no se
trata simplemente de hablar con pose meditativa, citando a Vattimo, Sartori o
Mario Moreno; debe sentirse una genuina indignación ante la infamia. Sin ese
componente moral, no se tiene nada sustancial que aportar.
Si bien su visibilidad es mayor, por lo cual podría creerse importante, la verdad tiene otra catadura. No es bufón ni tampoco intelectual, sino apenas un empleado, uno cuyo puesto puede ser suprimido sin pesar de por medio. No obstante, asumiéndose tales funciones, se podría tener otro tipo de actitud. Nadie está condenado a volverse copartícipe de abusos o ridiculeces. No tiene por qué, pues, convertirse en un cómplice del embaucamiento de quienes conforman esta sociedad. Acontece que no hay sólo errores, sino el propósito de engañar, por lo cual su inocencia es nula. En cualquier caso, aunque no sea un gran consuelo, anticipo que, como el ejercicio del poder resulta fugaz, lo futuro y su dura realidad servirán para percatarse de cuán insignificante fue. Chatura que concuerda con su calaña moral e intelectual. Sobra decir que la regla es tener gente compatible con este perfil.
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