El arte sigue
siendo uno de los raros dominios en los que el individuo puede teóricamente dar
testimonio de su plena dimensión, con independencia de la época, la historia y
la geografía.
Michel Onfray
Mientras filosofaba desde el punto de vista existencial, Karl Jaspers
sostuvo que no hay libertad aislada. Explicaba entonces que precisábamos de los
demás, comunicarnos con ellos, para nuestra propia realización. Una vida plena,
en resumen, no podía concebirse sin esa clase de relaciones. Naturalmente, al
reconocer esta necesidad, no se pretende la liquidación del individuo,
suponiendo, de modo erróneo, que éste resulta insignificante. Lo único que
procuro es resaltar la importancia del otro en el desenvolvimiento de cada uno.
No pienso en las conexiones económicas con otras personas; tampoco me inclino
por subrayar su valor para organizar la convivencia, aunque sea relevante. Lo
que me mueve ahora es destacar a quienes, con sus ideas y obras, contribuyeron
al enriquecimiento de nuestros días. Por fortuna, tenemos a hombres que, cada
cierto tiempo, les rinden singular tributo.
Veinticinco años después de su primer libro, Un extranjero en el mundo, Roberto Barbery Anaya publica Desertores. Una vez más, vuelve a poner
en práctica un estilo que domina con maestría: el pensamiento fragmentario. Al
respecto, anoto que, en La palabra
quebrada, ensayo de 1982, Martín Cerda enseñaba cómo los aforismos,
sentencias, máximas, cualquier escrito tan breve cuanto reflexivo, implican una
fractura, quiebre, incluso crisis social. En este sentido, quienes recorren
esos caminos se caracterizan por ofrecernos una experiencia provocadora.
Leerlos es una invitación al detenimiento, a tener esas pausas que pueden poner
en peligro hasta las convicciones más profundas. El provecho es mayor cuando,
como sucede con nuestro autor, no son razonamientos aislados, sino que
responden a un proyecto mayor, una obra en la cual los fragmentos sean enlazados
con acierto.
El nuevo libro de Roberto refleja su gratitud intelectual. Gran lector, nos obsequia páginas que permiten la evocación de Nietzsche, Borges, Cioran, Camus, Wilde, Pessoa, Kafka, Onetti, Hemingway, Sabato y Vargas Vila. Se ocupa de pensar sobre sus libros, agradeciendo haberlos leído, desde luego; sin embargo, hay también interés por las vidas. Porque ninguno tuvo una existencia que fuese digna del bostezo. Su paso por este mundo puede ser asimismo resaltado gracias a la conducta que los diferenció del resto. Es que la lista considerada en el volumen ha sido confeccionada, por lo visto, atendiendo a ese otro común denominador. Son autores que, en mayor o menor grado, se rehusaron a robustecer las filas de causas convencionales, mayoritarias, demagógicas. Desertaron, pues, de lo que a muchos les parecería deseable.
No es casual que Barbery Anaya se hubiese decantado por catalogar su libro como pensamiento singular. Continuando con la línea crítica que han seguido sus otras obras, el gregarismo le resulta deplorable. No se debe creer, empero, que tal rechazo esté basado en un mero elitismo, ya sea estético, libresco o de otra índole. Al margen de los problemas racionales que pudiéramos encontrar en las posturas masivas, debería acentuarse su peligrosidad. Que legiones renuncien a pensar por su cuenta, siguiendo modas frívolas, descerebradas y decadentes, es un tema; otro, el mismo fenómeno, pero teniéndolos con poder. Desde Wilde, con la cárcel por homosexualidad, hasta Borges, degradado a inspector de aves, entre otros ejemplos, no es inútil señalar ese riesgo. Es un problema que puede afectar a los desertores; no obstante, si aprendimos alguna lección del magnífico libro, bien vale la pena esa insurrección.
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