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Reivindicación del asombro en política




Lo peor que le puede pasar a la democracia es la indiferencia política, la apatía política, porque democracia es autogobierno.
Mario Bunge

Para Platón, la filosofía se origina en el asombro. Es el principio del saber, uno gracias al que los conocimientos pueden ampliarse, pero también, salvo excepciones, afinar la mente. Porque buscar la explicación de aquello que nos dejó perplejos, atónitos o, en casos extremos, sin aliento favorece nuestro progreso intelectual. Pasar del desconocimiento a la comprensión de un fenómeno cualquiera no puede sino resultar beneficioso. Contando con este provecho, lo ideal sería que, durante toda la vida, nos asombráramos o, caso contrario, fomentáramos un espíritu siempre proclive a ser curioso. Únicamente cuando se presentan estos elementos, lo cual no es tan común como uno quisiera, tenemos la fortuna de toparnos con gente que opta por poner en práctica su racionalidad.
Hay problemas que no deberían dejar de asombrarnos o, al menos, provocar alguna reflexión crítica. Ocuparse de su consideración, aun cuando no los resolvamos, es, para Leopoldo Zea, otra fuente del filosofar. No importa que, durante largo tiempo, estos inconvenientes, dificultades o, en suma, bretes hayan permanecido invariables; cabe pensar en su enfrentamiento y, además, alguna solución al respecto. Mirarlos con indiferencia sirve solamente para consentir su vigencia, lo que puede resultar negativo desde la perspectiva individual y colectiva. Destaco esto último porque, cuando son de naturaleza social, en mayor o menor grado, pueden afectar las condiciones básicas que permiten la convivencia. De manera que, aunque optemos por desdeñarlos, continuarán generando sus nocivas consecuencias en nuestra vida. La política es un escenario en que se presenta dicha situación.
No cabe sentir indiferencia frente al espectáculo que protagonizan quienes cambian de partido, ideología, posición o discurso cuando llegan tiempos electorales. No habiendo ningún tipo de argumentación sobre su nueva postura, algo medianamente coherente, se debe impulsar nuestro cuestionamiento. Acostumbrarse a conversiones sin motivación ni vergüenza implica que ya renunciamos al deseo de ver cómo quienes representan nuestros derechos se apegan al principio de integridad. El oportunismo ha sido la causa del desencanto de mucha gente por los asuntos políticos. Corresponde que su puesta en práctica siga llamando nuestras atenciones. Por supuesto, no basta con advertirlo e irritarnos; es necesario que haya una condena, lo cual, a la postre, nos conduce al sufragio. Votar a favor de quienes proceden así, dejándose llevar por antojos y ambiciones circunstanciales, contribuye al mantenimiento del problema.
Otro gran problema, fácilmente perceptible si escuchamos al prójimo por un par de minutos, es la impreparación. Amparados en que los requisitos para cumplir una función parlamentaria, por ejemplo, son mínimos, cualquiera se cree capaz de legislar. No exijo la ostentación de grados académicos o varias publicaciones, tanto dentro como fuera del país; como es sabido, a veces, tal parafernalia resulta engañosa. El tema pasa por la ausencia de capacidad reflexiva, indagadora, herramientas sin las cuales sus labores serán deficientes. Si a estas limitaciones, presentes en demasiados casos, le sumáramos la falta de escrúpulos, vale decir, su nula consciencia moral, nos situaríamos ante un panorama que, sin duda, debería merecer nuestro asombro. El suponer que esto forma parte de la normalidad es condenarnos a convalidar sus despropósitos. Tal vez no sirva de mucho, mas conviene dejar constancia del rechazo a estas miserias.

Nota pictórica. Intriga es un cuadro que pertenece a James Ensor (1860-1949).

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