El examen de los
hechos y de las ideas sólo es temible a la impostura y a la mala fe; la
discusión suministra nuevas luces al sabio, en tanto que enfada
y molesta al obstinado, al impostor, o al que vive apegado a sus
errores, y teme que llegue el momento del desengaño.
Barón
de Holbach
Iniciando sus Pensamientos
filosóficos, obra de 1746, Diderot revela cómo valorará el éxito del libro.
Así, con claridad, este pensador de la Ilustración, fundamental para su Enciclopedia, reconoce que quiere una
recepción parcialmente negativa. Pasa que, si sus páginas gustaban a todo el
mundo, debían considerarse detestables. No se deseaba que nadie disfrutara del
contenido, desde luego. Como cualquier otro autor, él tenía la intención de ser
leído. Confiaba en que, gracias al contacto con sus textos, los hombres hallarían
una fuente de ideas provechosas, facilitando la comprensión sobre diversos
temas. En este sentido, si sus apuntes no agradaban a ninguna persona,
correspondía admitir el fracaso. Sin embargo, tal como se precisó, deberíamos
concluir lo mismo en caso de que todos estuvieran conformes con su contenido. Causar
esta suerte de complacencia generalizada no tenía, pues, que convertirse en
una cruzada digna del respaldo.
Mas Diderot no es el primero que, recurriendo al
pensamiento, busca contrariar al prójimo, incomodarlo para provocar su
reflexión. En la Edad Antigua, Sócrates lo hizo de tal modo que sus
conciudadanos lo asociaban con un tábano. Sucede que, con sus preguntas,
aparentemente muy elementales, pero capaces de revelar nuestra ignorancia, puso
en aprietos a numerosos individuos. Sus razonamientos eran como aguijones que
incomodaban a quienes, antes del contacto con el maestro de Platón, se creían
diestros para enfrentar desafíos intelectuales. Cada contestación era observada
por un hombre que, sin arrogancia, despertaba el interés requerido para
reconocer las insuficiencias propias. No cabe sino destacar lo extraordinario
del acontecimiento, puesto que admitir los errores cometidos por uno mismo
suele ser una rareza. Más aún, en varios casos, conseguirlo es una notable hazaña.
Conviene aclarar que, idealmente, no se debe
perseguir la incomodidad del semejante como fin en sí misma. El tema no es
adoptar, de manera forzosa, una posición que sea rechazada por los otros
individuos. La molestia tiene que surgir como consecuencia de un legítimo
impulso en favor del conocimiento verdadero. Si se opta por cuestionar los
fundamentos de las creencias ajenas, la meta nunca debe ser que nuestro
interlocutor, cuando hay diálogo, pase del asombro a un enojo tan creciente
cuanto violento. La pretensión es, en resumen, invitarlo a revisar los
argumentos que sustentan su postura. Además, cuando hay buena fe, estas
inquietudes son expuestas sin tono profesoral ni paternalismo alguno. Se
constituye una relación horizontal, un vínculo donde los sujetos plantean sus
dudas sin mirar por encima del hombro al interpelado.
No obstante, a veces, aquella puesta en práctica
del pensamiento crítico es solamente una impostura. En efecto, podemos toparnos
con mortales que, por afán de figuración, griten su disconformidad a los cuatro
vientos. Aludo a quienes consideran meritorio el hecho de colocarse frente a
las mayorías y, desde allí, se proclaman superiores. Cuando éstos se decantan
por formular preguntas, persiguen, en rigor, la ocasión para exhibirse,
haciendo gala de sus saberes, experiencias, destrezas e inagotable brillantez.
No tienen humildad ni, por otro lado, tampoco desean el progreso del que los
escucha. Su fin se agota en la multiplicación del número de gente que los debe
apreciar, cuando no venerar. Fingen que no pueden doblegar a su naturaleza
siempre indócil. De forma patética, es el incómodo papel que han escogido desempeñar.
Nota pictórica. Muchacho cantando
es una obra que pertenece a Hendrick ter Brugghen (1588-1629).
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