Las riquezas, los honores, los mandos y todas las demás cosas que por opinión de los hombres son estimadas abstraen de lo justo. No sabemos estimar las cosas, de cuyo valor no hemos de hacer aprecio por la fama, sino por la naturaleza de ellas. Séneca José María Vargas Vila no quería fama, sino inmortalidad. Ese insigne insultador, escritor en abundancia, pero también valiente, no buscaba la ovación del estadio. Sabía que, a veces, la enorme reputación se puede considerar un demérito. No es un misterio que, en las distintas épocas, la nombradía de alguien haya crecido significativamente gracias a prácticas demagógicas, evitando fastidiar al prójimo con cualquier impertinencia más o menos reflexiva. Ésta es una vía segura para el robustecimiento del renombre, sin duda. Empero, ello nunca se constituirá en el camino para conquistar la trascendencia que motivó al autor de Prosas laudes . Él no se conformaba con esas naderías. Sospecho que no se podría decir lo mismo de muc...
Olviden la ordinariez que infesta nuestra sociedad, los deberes preceptuados por las agendas laborales y el diplomático recurso de no insultar al prójimo... Caerse del tiempo demanda una extravagancia posmoderna: vivir, aunque sea un instante, con total libertad.