Ser capaz de
razonar y escoger es un aspecto significativo de la vida humana.
Amartya Sen
En su
autobiografía, Benjamin Franklin describe a los hombres como “criaturas razonables”.
Es el atributo decisivo si perseguimos un elemento que nos distinga del resto.
Por lo menos, la calificación guarda concordancia con lo planteado en
diferentes épocas, expuesto gracias a connotados pensadores. Con todo, para
esta reflexión, el punto central es simplemente que estamos a la caza de
razones. Pueden ser malas o buenas, brillantes, pero también bastante opacas;
lo fundamental es que nos resulta difícil desecharlas. En efecto, desde las más
evidentes insignificancias hasta temas de gran valor, se nos conduce hacia ese
camino. Sentimos el impulso que se agota cuando elaboramos argumentos para facilitar
la comprensión del enfoque personal. Así, cuando damos a conocer lo que
estimamos importante, con meditaciones capaces de, por ejemplo, persuadir al
prójimo para merecer su aprobación, evidenciamos esa cualidad.
Al
principio, contrariamente a lo creído por Descartes, no está la duda, sino una
pregunta: ¿por qué? Basta con pronunciarla para ocasionar en su receptor un
momento de reflexión. Se trata, pues, de un interrogante que busca el origen,
aquello sin cuyo entendimiento nos situamos en la nada. Poco importa que finjamos
otros intereses, señalando cuán valioso, en teoría, es pensar acerca del fin.
Por mucho que nos esforcemos al hacerlo, no podemos relegar esa curiosidad en
torno a su comienzo. Es verdad que, por desventura, en varios casos, no
tendremos una respuesta satisfactoria; empero, haber planteado la inquietud ya
implica un avance. Lo negativo sería que nos estancáramos en un estado de inmutable
incertidumbre. No se puede vivir solo de perplejidades; en algún momento, debe
fijarse una postura y liquidar tal vaguedad.
En
realidad, todas las preguntas dejan entrever la existencia de un asunto que no
es para nada menor: el ejercicio del espíritu crítico. Sé que invocarlo ya es
parte de los lugares comunes en círculos o individuos con aficiones
intelectuales. Casi todos hablan de su trascendencia, incluso presentándose
como portaestandartes. Sin embargo, se puede temer que su comprensión no haya
sido del todo satisfactoria. Acontece que, a menudo, sin profundizar al
respecto, se cree que basta con un ánimo contestatario para ponerlo en
práctica. De este modo, en resumen, no habría diferencias entre un ignorante
que rechace cualquier idea porque, para él, nada más o menos intelectual le
parece confiable y, por otro lado, una persona con fundamentos serios que
sustentarían su rechazo a las afirmaciones del prójimo. No es suficiente con el
radical impulso de cuestionar, contradecir u oponerse a la validez del
posicionamiento ajeno.
Acentúo
que, según Unamuno, nuestras doctrinas suelen ser el medio para explicar y,
además, justificar la forma de obrar que tenemos. Más que como móviles, las
ideas sirven porque nos facilitan pretextos. En consecuencia, recién cuando
miramos el pasado, lo racionalizamos y creemos saber por qué actuamos. Llevamos
adelante un análisis para concluir que nos han movido planes del todo válidos. Desde
luego, podemos equivocarnos. Es factible que, aunque creyéramos razonar sin engaños
ni tergiversaciones de por medio, nuestras ideas sean, al final, ilógicas.
Porque, con seguridad, nadie está libre de incurrir en falacias. No obstante,
sea para vivir o convivir, la manera más sensata de proceder es todavía una
marcada por lo racional. Pensar sigue siendo, entonces, una de nuestras mejores
herramientas para existir.
Nota
pictórica. Fuerza y razón es una obra
que pertenece a John McKirdy Duncan (1866-1945).
Comentarios