Ahora bien, que el
hombre se esfuerce, por una necesidad de su naturaleza, en no existir o en
cambiarse en otra forma, es tan imposible como que de la nada surja algo, como
cualquiera puede ver con un poco de meditación.
Baruch Spinoza
En una de sus espléndidas exposiciones, Karl
Jaspers señaló que la voluntad de una vida filosófica surge cuando, perdido y
en el vacío, un individuo se formula determinadas preguntas, a saber: ¿qué
soy?, ¿qué estoy dejando de hacer?, ¿qué debo hacer? Si bien podemos encontrarles
utilidad en diferentes campos, se trata de interrogantes que versan sobre la
realización del hombre. Porque resulta razonable que, a lo largo de los años,
una persona busque su pleno desarrollo, concordando hasta con los impulsos más
íntimos. Siguiendo este razonamiento, cuando nuestra existencia no se
desenvuelve así, puede hablarse de frustración, desaprovechamiento del tiempo,
fracaso o mediocridad. Resalto esta última palabra porque, a veces, se la emplea
sin entender cabalmente su significado. Peor aún, no es raro el caso de alguien
que se proclame su enemigo cuando, en realidad, podría servirle como
portaestandarte.
El problema es que no todos
valorarán de igual forma los proyectos del semejante. Habrá quienes, movidos
por el optimismo y cierta indulgencia, fomenten sus aventuras, subrayando la
importancia de no transitar por los mismos caminos. Respetarán, pues, el
intento de tener una vida que sea auténtica. Empero, según cuantiosos sujetos, el
criterio para saber si hubo algún adelanto puede ser distinto. Efectivamente,
se creerá que todos deben ser juzgados de acuerdo con una sola perspectiva. En
este sentido, si se procura la obtención de su beneplácito, uno deberá seguir
esa línea marcada por las convenciones vigentes. Sólo de este modo, satisfaciendo
requerimientos externos, nuestras actividades podrían ser merecedoras del
encomio. Si, por ejemplo, usted se halla en una sociedad que prioriza el
enriquecimiento como fin, sin consentir ningún escrúpulo, no podría conquistar
la gloria merced a la mesura.
Se trata de reivindicar la
unicidad. No es un tema menor. Hace varias décadas, mientras reflexionaba sobre
filosofía jurídica, Werner Goldschmidt sostuvo que, para instaurar un régimen
de justicia, era imprescindible respetar al individuo. Era un dictado del
humanismo, ya que, teniendo una valoración positiva de la especie, todos debían
ser tratados dignamente, evitando colocar cualquier obstáculo en su contra.
Está claro que hay regímenes con otras creencias. Tenemos autoridades que no
anhelan la presencia de hombres diversos, personas con distintas pretensiones,
principios e ideales. Lo que se busca es la fabricación de súbditos que sirvan
para engrosar legiones e insultar al contrario. La única manera de realizarse
aquí es gracias al sacrificio en favor del que manda. Es el destino que se
impone con gran desprecio a quienes, en algún momento, tuvieron la desventura
de creerle.
Por suerte, la voluntad del
gobernante nunca será suficiente para justificar el abandono de aquello que
realmente somos. Nadie niega el sufrimiento que pueden causar sus abusos.
Tampoco se piensa en la necesidad de tener héroes inquebrantables, gente que
jamás se doblegue ni ceje frente a pavorosas torturas. Lo que se subraya es la
posibilidad de mantener el ánimo sin menoscabos letales. Podemos contemplar
cómo las adversidades inundan el horizonte, provocando dudas sobre la validez
de nuestras convicciones. No obstante, la peor decisión sería el abandono del
cometido de obrar conforme a lo que juzgábamos indispensable para tener una
vida plena. Salvando el caso de quienes celebran su carácter gregario, es la
mayor traición que se puede consumar, aquella cometida contra uno mismo.
Nota pictórica. Soledad es una
obra que pertenece a Paul Delvaux (1897-1994).
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