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Cuando el pensamiento es desterrado




Pero justamente en esos momentos de desconcierto hay que saber usar el arma del análisis y de la crítica…
Umberto Eco

No es fácil abandonar los dominios de la ingenuidad, las simplezas y el cretinismo. Los individuos que cuestionan las comodidades ofrecidas a cambio de su anuencia con esa realidad, en donde la discusión se considera innecesaria, emprenden un destino poco grato. La manera más sencilla de gustar al prójimo, cuando éste no desea ser importunado con ninguna pregunta sobre sus creencias, es anular el sentido crítico. Si se opta por analizar los fundamentos de cada postura, mostrando debilidades que obligarían a su modificación, la reacción puede distar mucho del agradecimiento. Es una equivocación suponer que todas las personas aplaudirán esta clase de contribuciones; incalculables hombres prefieren mantener ilesos sus extravíos. Acostumbrados a dogmas que, durante varios años, les han evitado el fastidio de razonar autónomamente, esos sujetos nos mirarán con desprecio. Por su culpa, no es posible hallar peor situación para llevar adelante un diálogo que nos aleje del error.
El fanatismo es un estado que veta cualquier ejercicio de la crítica. Bajo su imperio, no se revisan las convicciones que fueron impuestas por quien, en un principio, fijó el camino a seguir. Lo que se demanda es profundizar el apasionamiento; las moderaciones provocadas por la razón son relegadas. Siendo inviable la realización de los debates radicales, encuentros que no respetan tema alguno, esas personas hablan únicamente para pronunciar un sermón. Desde su punto de vista, no puede concebirse la participación del interlocutor, pues a éste se le permite discordar con el parecer que ha sido expresado. Al no aceptar esto, se procura predicar ante los que tendrán el deber de contemplarlos. La pretensión que se tiene es fabricar sujetos dispuestos a reiterar las mismas sentencias. Se aconseja esforzarse sólo para propalar la revelación que fue consumada. En esta lógica, nada parece tan superfluo como el acto de trabajar con la mente.
Indudablemente, resulta odiosa la postura de los que, con fervor creciente, rechazan las vacilaciones en torno a sus premisas. Éstos son los mortales que, aun con violencia, impiden la rectificación de imbecilidades. Pero las molestias despertadas por el dogmatismo, cuya toxicidad se ha notado en distintas eras, no difieren de los males atribuidos a quienes estiman inconducentes cualesquier reflexiones. Sucede que, de acuerdo con este criterio, como no pueden conocerse las verdades definitivas, perseguirlas es un absurdo. La totalidad de los juicios serían válidos; por ende, las fatigas intelectuales no tienen respaldo. La principal consecuencia de esta tendencia es concluir que nada es falso. Yo entiendo que se trata de un parecer extremo; no obstante, sus encantos han seducido a innumerables semejantes durante las últimas décadas. El problema es que este relativismo implica también una concepción negativa del pensamiento, en virtud de la cual meditar se torna injustificado. Alcanzándose siempre idénticos efectos, no se nota la utilidad de hacerlo.
No debe haber ningún ámbito en el que la capacidad reflexiva del individuo sea prescindible. Es indistinto que, con la prepotencia del poder público, se asegure tener todo resuelto, por lo cual cabría solamente obedecer los mandatos de las autoridades. La historia nos advierte que, cuando dejamos a otros mortales iluminar nuestra existencia, formulando precisiones sobre falacias, sofismas y aciertos, el futuro es desastroso. La condición de seres racionales exige que jamás reconozcamos esa exclusividad. Nadie posee la suficiente autoridad para liberarnos de cavilar sobre aquellas circunstancias que nos rodean, tomando luego las decisiones correspondientes. No interesa el título que se nos exhiba para renunciar a esa facultad; contrariar la esencia del hombre es un acto imposible de ser motivado. En vista que, según José Ortega y Gasset, la razón es una función vital, ésta no debe cesar sino cuando el organismo expire. Al final, habrá valido la pena el esfuerzo por disminuir las perplejidades.

Nota pictórica. Noche de elección es una obra que pertenece a John French Sloan (1871-1951).

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