La incorrección política es una de mis ejecutorias. Yo no susurro cuando analizo las irracionalidades autóctonas ni evito mofarme del mortal que defiende una estupidez formidable: mi sinceridad resiste cualquier censura impuesta por la cortesía. Lo beneficioso de adoptar esta convicción es que uno ya no especula, con demencial cuidado, sobre las reacciones del prójimo, aquellas curiosas interpretaciones que consideran ultrajante una declaración radicalmente verdadera. A veces, las formas son tan regias que impiden la observación del contenido; por ende, corresponde obviar los requerimientos de retórica dulcísona para no propagar mistificaciones. Además, es poco probable que, mediante lisonjas o exhortaciones moderadas, un sujeto asuma su condición de necio, reconociendo cuán perjudiciales son los actos que comete. En este sentido, una declaración franca sería el mejor obsequio que alguien pudiera recibir si pretende corregir sus desatinos; así, verbigracia, ante un suceso incompatible con el avance civilizador, sólo queda pensar en la barbarie y desacreditarlo según esta idea.
Aunque los antropólogos se queden turulatos, yo defiendo la supremacía de Occidente. La relación horizontal de las culturas es una invención posmoderna que busca terminar con un concierto donde resulta posible el desenvolvimiento del individuo en circunstancias apropiadas. La civilización occidental ha creado las mayores obras que conocen los hombres, originado los más valiosos planteos filosóficos, políticos, jurídicos y económicos. El desarrollo científico es también uno de sus méritos, aun cuando haya críticas legítimas en torno a la exclusión del dilema ético. Por lo tanto, aceptando que hay una evolución reflejada en el progreso del mundo occidental, todo aquello capaz de contradecir sus principales postulados debe ser considerado salvaje, bárbaro, siquiera ilógico.
El progreso es un anhelo legítimo, válido y perfectamente aceptable cuando no se lo deifica.
Pese al provecho que un avance de las características antedichas tiene para toda la sociedad, existen individuos que, azuzados por grupos, partidos y coaliciones izquierdistas, quieren evitar el acceso a días menos ímprobos, destinando al resto de la comunidad a perennizar una indigencia que podría ser menguada si no hubiera su absurda oposición. Ellos, sujetos que cuentan con la salvaguardia de gobernantes tan bárbaros como Hugo Rafael Chávez Frías y Juan Evo Morales Ayma, desean el retroceso, ansían lo primitivo en lugar de explotar la modernidad, estableciendo vínculos comerciales que, a diferencia de lo que opinan las ONG marxistas que intoxican América Latina, favorecerán sobremanera a sus naciones. Si su fervor patriótico fuese cierto, deberían trabajar para impedir que, por efecto de medidas violentas y completamente infundadas, el país que tanto dicen amar permanezca encadenado al pasado. Sin duda, no yerra quien sostiene que los revoltosos originarios son una expresión de la barbarie que se niega a reconocer el esplendor de la civilización, donde sus insensateces no tienen cabida.
Comentarios
E. Morales como el resto zaparrapiento de caudillos "modernos" y con preceptos "modernos", son quienes orquestan la descomposición abrupta de las células societales; en su variedad de valores y códigos de conducta naturales.
Este último tiempo la sociedad mundial se esta viendo afectada por este cáncer "moderno". Por el cual todos piensan que la política, la ideología, la conducta, la vida misma puede ser un dibujo libre al más grosero apetito. La parafernalia de la "todología" y los esbozos de "intelectuales" baratos inventólogos y verborreicos.
Un mundillo donde se intenta fervorosamente normalizar lo anormal y crear más anormalidad. A partir de la indiferencia o la ignorancia del rebaño.
La modernidad es un sistema que tiende a la barbarie.
La tradición y las costumbres -reales- están ausentes, mas no extintas. Llegará el tiempo...