
Immanuel Kant afirma que, gracias a la Ilustración, el Hombre alcanzó su mayoría de edad. Acaecido esto, los individuos ya pueden pensar por sí mismos, valerse del entendimiento personal, alejarse de la irresponsabilidad pueril. Sucede que los párvulos y adolescentes no deben asumir las consecuencias de ninguna decisión; viven parapetados en determinaciones externas, cumplen o desacatan mandamientos sin pesar su validez. “Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo”, exclama el filósofo germano cuando trata este asunto(1). Para Kant, además, no abandonan nunca esa minoridad quienes son feudatarios de los males llamados pereza y cobardía; reinando éstos, la emancipación mental se vuelve imposible(2). Por el contrario, las personas laboriosas e intrépidas accederían a ese sublime estadio, pudiendo obrar autónomamente en su vida privada y pública.
Hay motivos para vilipendiar a los mortales que no quieren aceptar las cargas ligadas a la libertad individual. Los que no cometen la osadía de reflexionar, sin guarecerse bajo prejuicios o mitos(3), tienen a Damocles como patrono favorito: antaño, las dichas palaciegas fueron repelidas por el albur de una espada; al presente, la quietud totalitaria triunfa sobre los vaivenes republicanos. Ese temor procrea hombres que renuncian, hasta por desdén o comodidad, a ejercer rigurosamente sus derechos políticos. Faltando la crítica y el cuestionamiento interno (quizá uno de los mayores legados modernos), un ciudadano no se diferencia mucho del vasallo que lo antecedió en las sociedades humanas. Sin su ejercicio efectivo, los derechos son meros enunciados que no reflejan las bondades de la evolución conseguida merced a grandes pugnas e innúmeras lucubraciones.
Mientras pocos sujetos proclaman su mayoridad, existen cuantiosas personas dispuestas a vivir rehusando ese gravamen intelectual, delegando el uso de sus libertades al humano que les quite un agobio tan persistente como aquél. Esto último corroe al Estado, ataca febrilmente a la democracia. Ocurre que, cuando los ciudadanos obsecuentes constituyen la mayoría del electorado, el encanto del demagogo puede imponerse con facilidad. Ofrecidas la redistribución de fortunas privadas y el suplicio del grupo que gobernó anteriormente, ningún autómata titubea, pues ese candidato ha interpretado su pedestre noción de bienestar. Aunque ello implique perturbar el ordenamiento jurídico, todo le está permitido: las catervas han dispuesto su impunidad. En esos casos, recordar a Sigmund Freud se hace obligatorio: “La masa quiere siempre ser dominada por un poder ilimitado”(4).
José Ortega y Gasset aborrece del hombre-masa(5). Este meditador le encuentra dos características repudiables: libre expansión de sus deseos vitales y radical ingratitud hacia cuanto ha facilitado su existencia. Al igual que los niños mimados, estos seres exigen el cumplimiento inmediato de cualquier sandez que se les ocurra, mas resisten la fijación de obligaciones. En el contexto público, si los caprichos no son colmados, las rabietas se cristalizan en amenazas subversivas o acciones directas contra la institucionalidad contemporánea. Como no les importa cuánto ha costado gestar toda la obra civilizadora que nos alejó del oscurantismo, emprenderían su destrucción sin ser inquietados jamás por el remordimiento. Obviamente, la decadencia transgrediría un orden del que depende el sosiego de todos, ciudadanos emancipados y manada ovejuna.
Oprimido por las masas, un país tiene muy escasas probabilidades de rutilar en el ámbito internacional. Dado que el Estado se compone –más bien, está al servicio– de individuos, la conducta adoptada por éstos le originaría un funcionamiento adecuado o una ruina total. La madurez de los ciudadanos, por ende, no beneficia sólo a nivel personal, sino sirve también al grupo que lo acompaña dentro del mismo territorio. Ser ilustrado no debe concebirse como una pretensión extravagante; es preciso entenderlo como un legítimo anhelo que, de concretarse, mejoraría nuestra vida. Aclaro que lo anterior no equivale a poseer una erudición enciclopédica(6); mi planteamiento persigue un fin menos inaccesible: formar hombres con la racionalidad necesaria para rebatir tonterías y censurar maldades; en suma, actuar siguiendo los dictados que estimen correctos, compatibles con su ética e innocuos respecto de las leyes. Ésta sería una manera de no abandonar el proyecto ilustrador comenzado hace pocos siglos. Menospreciar ese noble cometido denunciaría una preferencia por los espíritus mediocres, un denostable afán de perpetuar la inmadurez.
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(1) ¿Qué es la Ilustración?, texto publicado en 1784, contiene las ideas cardinales que Kant compuso para explicar este acontecimiento trascendental de Occidente.
(2) El empeño de terminar con la mentalidad ibérica, por considerarse asaz nociva, se presentó en muchos pensadores hispanoamericanos. Analizando sus disquisiciones, Leopoldo Zea es quien concibe la idea de emancipación mental. Para un entendimiento cabal del tema, véase: Leopoldo Zea, El pensamiento latinoamericano; México D.F.: Ariel 1976 [1965], páginas 91-99.
(3) Filosofando acerca de los pretextos que son empleados para eludir la responsabilidad individual, Jean-Paul Sartre asevera: “No ha habido coerción alguna, pues la coerción no puede ejercer dominio alguno sobre una libertad; no tengo ninguna excusa, pues, como lo hemos dicho y repetido en este libro, lo propio de la realidad-humana es ser sin excusa” (El ser y la nada: ensayo de ontología fenomenológica. Barcelona: Altaya 1993 [1943], pág. 577.
(4) Cfr. Sigmund Freud, «La masa y la horda primitiva», Psicología de las masas y análisis del yo (volumen XVIII de sus Obras completas, Buenos Aires/Madrid: Amorrortu 1979).
(5) Cfr. José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Madrid: Alianza 1999 [1930].
(6) En sus deleitosos Ensayos, Montaigne critica la fascinación despertada por los eruditos, maestros o discípulos, alegando: “Habríamos de preguntar cuál es mejor sabio y no más sabio”.
Comentarios
Ironías de lado, tus últimos ensayos (inaccesibles para muchos dirigentes cívicos de Santa Cruz) me hacen recordar a la Grecia de Tucídides. Tus gritos contra la plebe se relacionan -y mucho- con las acusaciones que lanzaba el historiador heleno contra los bárbaros.
¿En serio crees que merece la pena defender la civilización occidental negándole validez a cualquier expresión indígena, so pretexto de barbarie?
Finalizo con una hipótesis: tu liberalismo, tus capacidades literarias y conocimientos diversos no tienen cabida en Santa Cruz; no porque lo quiera el Gobierno "bárbaro", sino porque una "mentalidad provinciana" (Mesa), que enarbola falsamente la libertad y la democracia, así lo demuestra.
Pese a todo, es un gusto leerte. Saludos.
Entiendo que ver a los "cambas" solo como eficientes organizadores de concursos de belleza, o especímenes con asombrosa capacidad de embrutecimiento Carnavalero es algo que regocija al andinocentrista... regocijo con fecha de vencimiento...último placer que concede el resentimiento del centralismo moribundo ante el imparable y emergente liderazgo nacional cruceño.
Costas no será el mejor orador, y eso poco importa cuando hay una causa legítima atrás... y por si fuera poco, toda una nueva generación oriental, preparada y valiente de donde podés elegir a montones ejemplos como el mismo creador de este blog... a quién, única coincidencia; siempre es un gusto leer.
Me voy a atrever a indagar en tu concepto de "individualidad" para seguir en consecuencia con mi comentario.
El hecho de que existan "cargas" que aceptar, indica la contradicción que tiene esta "libertad individual". La libertad no puede verse como una carga, a menos que el principio de lo que llamas "individuo" no funcione en relación con la libertad.
Es cierto que en el "Derecho" el individuo no es más ni menos que un ciudadano común y cualquiera. Pero ese concepto sólo se sustenta en un plano moral y legal. Legal en el sentido de que no existiera "Derecho" si no nos refiriéramos a todos los ciudadanos como iguales. Pero ¿Iguales a quienes? ¿Iguales a nosotros mismos? Al derecho no le importa más que un “iguales para qué", en este caso los “individuos” llegan a ser “iguales” ante el estado.
Como lo mencionas, existe un común denominador en la sociedad en la que tanto Freud como Ortega llaman “hombre-masa”, el cual no puede pensar por sí mismo sino en comuna y necesitan de la elocuencia y la efusión emotiva para poder creer concientemente que vale la pena creer en esa idea. Es en este campo en donde se mueve la demagogia. Este común denominador necesita creer en patrias, en curas, santos, líderes e ideas que los hagan sentir que son parte de un grupo. Creer que este tipo de hombre tiene alguna otra posibilidad es caer en el error. Es ahí donde se abre un trecho entre la “nobleza” del individuo que conforma una pequeña minoría, frente a la “humildad” del hombre masa que conforma la gran mayoría. Visto desde los senderos en donde el hombre-masa yace, cualquier emancipación de parte del individuo es visto como un acto que involucra gran “esfuerzo”. Es por eso no podemos ser ilusos de pensar que este tipo de hombres pueda tener alguna otra posibilidad. Este tipo de hombre es inocente, no se le puede juzgar por su falta de nobleza, ya se les ha sentenciado con una moral y con un estado.
Ser “ilustrado” como lo llamas, no constituye para nada una pretensión extravagante, simplemente esta cuestión no corre por parte de la voluntad popular. Por algo existe un estado y una moral que corren en el tiempo y se desarrollan, es por eso que no podemos pretender que ésta sociedad en la que nos movemos, sea responsable del que sean o no siquiera “educados” a un nivel básico. El estado mueve a la cultura de un pueblo, y se mueven a través del tiempo y son los que hace posible a la “cultura”. Creer en la responsabilidad “democrática” del pueblo boliviano, constituye una falta de seriedad de parte del individuo pensante.
Quizás nos hace falta una buena dosis de pesimismo para dejar estos afanes que condicionan prejuicios, y otra buena dosis de optimismo para con nosotros mismos como individuos.
Jorge.
No hay mejor señal que la que nos ofrece el enojo del opositor. Ante la imposibilidad de cuestionar los logros obtenidos por Evo Morales (coronados ayer con nuevas nacionalizaciones), se recurre al desprestigio del pueblo que lo eligió de manera contundente. Es más, se llega a sugerir, pues a eso vas, que quien se crea "ilustrado" debe abandonar su apoyo al oficialismo, puesto que las "masas" que lo respaldan son "ignorantes".
Podrá tener tu escrito referencias diversas, pero, hay que considerar el contexto donde todas ellas fueron vertidas. Así, un concepto de Ilustración hecho por Kant y una crítica de las masas que haga Ortega y Gasset, no implica que se apliquen automáticamente en nuestro país. Cada patria tiene su historia, problemas y soluciones particulares.
Yo estoy de acuerdo en que hayan individuos críticos. No obstante, ni los grupos son todos perjudiciales ni los individuos "ilustrados" (no necesariamente eruditos, como bien aclaras) son siempre beneficiosos. Antes que una demanda de ciudadanos ilustrados, apoyaría el pedido de una clase dirigente honesta.