El año 1792, luego de que quienes acometían debelar a los revolucionarios galos cayeran derrotados en Valmy, Johann Wolfgang von Goethe profirió su célebre aserción: “Desde aquí y desde hoy comienza una era de la historia universal, y vosotros podréis decir que fuisteis testigos presenciales”. Ciertamente, la transfiguración del mundo estaba siendo impulsada por individuos resueltos a edificar un nuevo marco político, una sociedad que rechace cualquier absolutismo palaciego. Las batallas libradas tenían objetivos claros e innegablemente alabables, puesto que buscaban darle mayor libertad al Hombre.
Las grandes revoluciones de la Modernidad llevaron a cabo cambios tan importantes que sus lineamientos siguen siendo apreciados actualmente. No fueron sucesos anodinos; constituyen auténticos hitos históricos: Estados Unidos, con principios liberales, proclama su independencia y permite variadas ensoñaciones republicanas; Francia, rebosante de un espíritu libertario excepcional, devasta una estructura política que no tenía lugar frente a los cuestionamientos racionales levantados por pensadores del momento; finalmente, Inglaterra, que ya nos había deparado su sistema parlamentario, inicia la Revolución Industrial.
Al presente, todo aquello que procure la reconstrucción de un país o Continente tiene que recibir una mirada despreciativa. Ernesto Guevara Laserna habló del ‘hombre nuevo’ y terminó asesinado por militares ebrios. Llegó a Bolivia con el propósito de fracturar la civilización occidental, sobreponerse al imperio yanqui; sin embargo, poco tiempo después, no había podido renovar ni siquiera a los payos vallegrandinos. Existiendo aún personas que se dejan embebecer por su romanticismo, ese candor debería servirles para escribir poemas, no como acicate de grupúsculos izquierdistas. Con todo, entre los bolivianos, esta experiencia no es el ejemplo más truculento.
En 1980, F. Hugo Salamanca T., panegirista de Luis Arturo García Meza Tejada, escribe al concluir la biografía del entonces primer mandatario: “…al observar que, en estos tiempos de corrupción moral, debe presentarse a la juventud, los verdaderos ejemplos de una concepción del mundo y de una vida que transcurre en determinada época, como representativa de toda una generación que trémula, impulsa a vivir un nuevo ciclo histórico en la existencia nacional, la presentación del nuevo conductor boliviano, era un imperativo”. Sí, conforme a lo expresado por este pendolista, estábamos ante un flamante hacedor del Estado, otro renovador de la historia.
Pulverizar un orden oligárquico, vencer al cíclope nórdico, eliminar las injusticias planetarias, acrisolar a la humanidad con enseñanzas folclóricas, revocar el proceso colonial e insistir en que los colectivismos constituyen el sueño célico son algunas ideas de los noveles revolucionarios. Ellos pretenden realizar cambios históricos, trascendentales; yo, fastidiado por su estulticia, les recuerdo unas palabras de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, escritas en su encantador Manual del perfecto idiota latinoamericano: “…la revolución tiene una vocación adánica inconfundible. Se cree capaz de detener la historia y hacer que con ella ésta vuelva a empezar”. Deberían conformarse con mejorar el nivel de vida, desbrozar las instituciones públicas, proteger los derechos humanos y facilitar la irrupción de sociedades e individuos verdaderamente autónomos.
Nota pictórica. La nave de los locos (1500) es una obra del preclaro Hieronymus Bosch van Aken, el Bosco.
Las grandes revoluciones de la Modernidad llevaron a cabo cambios tan importantes que sus lineamientos siguen siendo apreciados actualmente. No fueron sucesos anodinos; constituyen auténticos hitos históricos: Estados Unidos, con principios liberales, proclama su independencia y permite variadas ensoñaciones republicanas; Francia, rebosante de un espíritu libertario excepcional, devasta una estructura política que no tenía lugar frente a los cuestionamientos racionales levantados por pensadores del momento; finalmente, Inglaterra, que ya nos había deparado su sistema parlamentario, inicia la Revolución Industrial.
Al presente, todo aquello que procure la reconstrucción de un país o Continente tiene que recibir una mirada despreciativa. Ernesto Guevara Laserna habló del ‘hombre nuevo’ y terminó asesinado por militares ebrios. Llegó a Bolivia con el propósito de fracturar la civilización occidental, sobreponerse al imperio yanqui; sin embargo, poco tiempo después, no había podido renovar ni siquiera a los payos vallegrandinos. Existiendo aún personas que se dejan embebecer por su romanticismo, ese candor debería servirles para escribir poemas, no como acicate de grupúsculos izquierdistas. Con todo, entre los bolivianos, esta experiencia no es el ejemplo más truculento.
En 1980, F. Hugo Salamanca T., panegirista de Luis Arturo García Meza Tejada, escribe al concluir la biografía del entonces primer mandatario: “…al observar que, en estos tiempos de corrupción moral, debe presentarse a la juventud, los verdaderos ejemplos de una concepción del mundo y de una vida que transcurre en determinada época, como representativa de toda una generación que trémula, impulsa a vivir un nuevo ciclo histórico en la existencia nacional, la presentación del nuevo conductor boliviano, era un imperativo”. Sí, conforme a lo expresado por este pendolista, estábamos ante un flamante hacedor del Estado, otro renovador de la historia.
Pulverizar un orden oligárquico, vencer al cíclope nórdico, eliminar las injusticias planetarias, acrisolar a la humanidad con enseñanzas folclóricas, revocar el proceso colonial e insistir en que los colectivismos constituyen el sueño célico son algunas ideas de los noveles revolucionarios. Ellos pretenden realizar cambios históricos, trascendentales; yo, fastidiado por su estulticia, les recuerdo unas palabras de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, escritas en su encantador Manual del perfecto idiota latinoamericano: “…la revolución tiene una vocación adánica inconfundible. Se cree capaz de detener la historia y hacer que con ella ésta vuelva a empezar”. Deberían conformarse con mejorar el nivel de vida, desbrozar las instituciones públicas, proteger los derechos humanos y facilitar la irrupción de sociedades e individuos verdaderamente autónomos.
Nota pictórica. La nave de los locos (1500) es una obra del preclaro Hieronymus Bosch van Aken, el Bosco.
Comentarios
Felicidades por este blog!!!
Un abrazozoozote. Carolina... ahora vengo de resonangancias anonimas....
El problema es que este cíclope tiene más de un ojo, y habrá que ajusticiar a todo quien no acrisole como debe, en eso,según he leído, Ernesto era efectivo.
abrazos
Siempre rondo por los pasillos de este espacio caído del tiempo.
Va un abrazo ídem.