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Savater y el periodismo antifilosófico

 


 

Fueron necesarios siglos enteros para persuadir a los pueblos más esclarecidos de que la libertad para publicar las opiniones de uno y para discutir todas las cuestiones es benéfica.

John Bagnell

 

Comenzando este año, me comprometí a consumar una labor que se hallaba pendiente: leer las Obras completas de José Ortega y Gasset. Si bien ya había devorado varios de sus libros, quería conocer todo lo escrito por él. Esta revisión de los textos suyos ha permitido que confirme sus vitales lazos con la prensa. Pasa que, desde 1902, cuando empieza su oficio literario, muchas de sus reflexiones fueron publicadas en el periódico. Naturalmente, no se trata de artículos sin peso intelectual; por lo contrario, desarrollan ideas, ilustran al prójimo e invitan a lanzar miradas críticas sobre distintos problemas que afectan la sociedad. No es el único pensador que se ha valido del diario con ese propósito. De hecho, en España, su país, varios filósofos, desde Unamuno hasta Ferrater Mora, por ejemplo, se han llevado bien con esos medios. Nada garantiza, sin embargo, que una relación de tal índole no se rompa.

Hace poco, Fernando Savater, reconocido escritor y filósofo, ha sido despedido del periódico El País, matutino español en el cual colaboraba desde hace décadas. Por ese medio, incontables ciudadanos tuvieron la oportunidad de leer sus columnas, mismas que servían para pensar en diversos temas. Así como hablaba de literatura, pues es un enorme lector, podía provocarnos con breves lecciones éticas, al igual que darnos a conocer sus insatisfacciones por las miserias del ámbito político. Porque nuestro autor nunca se caracterizó por incurrir en adulaciones o patética sumisión al gobernante. Si un funcionario de alto rango lo justificaba, su pluma no dudaba en cuestionarlo con toda la claridad del caso: siendo indecente, correspondía exponerlo; tratándose de un necio, también. Ningún régimen de los que le ha tocado vivir se libró del cuestionamiento suyo. Lo fundamental aquí es que el diario consentía sus observaciones contestatarias. El problema fue que se deploró asimismo la dócil línea editorial del rotativo en donde escribía. La osadía resultó inaceptable.

El periódico no sólo se relaciona con la libertad de información, sino también está profundamente ligado al pensamiento. Sus notas son útiles para conocer lo que sucede a nivel local, nacional o mundial. No es un provecho que pueda calificarse de menor. El punto es que, además de compartirnos esas novedades, cuenta con otros presentes para sus lectores. Me refiero a los artículos de opinión, pero no, como suele ocurrir, al texto elaborado sin aprecio por la razón; aludo al género que cultiva Savater, como pasó antes con Ortega. Gracias a sus párrafos, las páginas del diario resultan enriquecidas por la filosofía, posibilitando que un hombre común, una persona no especializada en estos menesteres, pueda experimentar cuán beneficioso es examinar el presente con esa mirada. Sin exagerar, podría decirse que, merced a esos folios, el periodismo cumple una noble tarea de pedagogía del ciudadano.

Despedir a un filósofo que, con sus críticas, contribuye al establecimiento de una ciudadanía democrática, tolerante, mas no cándida ni tampoco indiferente ante la corrupción, decadencia moral e insensateces del Gobierno, jamás se considerará meritorio. El hecho de que lo realice una casa periodística entre cuyos principios se haga mención al pluralismo, desde luego, agrava la infamia. Su actuar es peor que el de la censura; ha sido cese del vínculo, no simple advertencia: se castiga la falta de coincidencia con la complaciente postura institucional en favor del presidente Sánchez. Es el límite que no se debe pasar, vale decir, nuestro ensayista era libre de razonar, incluso interpelar, siempre y cuando guardase silencio al respecto. Son condiciones que, de ser cumplidas, conllevan el fin del verdadero pensamiento filosófico. Por lo visto, entre preservar los vínculos con el poder o reivindicar un espacio para reflexionar en libertad, se prefirió la primera opción. Es el cómodo camino de las subordinaciones con fines de lucro.

  

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