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Días de irracionalidad

 



 

Atrevámonos, pues, a entrever algunos felices instantes en el porvenir; regocíjese nuestro corazón al prever que un pueblo pueda, en algunos intervalos favorables, ser gobernado por la razón.

Barón de Holbach

 

En el siglo XVII, con serenidad, un hombre se decantó por pensar frente a su chimenea. Era Descartes, filósofo que decidió entonces dudar de todo para tener alguna certeza. Así, gracias a la razón, verificó su propia existencia. Era el punto de soporte que serviría para continuar con otras reflexiones. El desarrollo del conocimiento científico, verbigracia, consideró ese camino, uno conformado por reglas y principios que ha ayudado a identificar falsedades e imprecisiones. No se niega que la experiencia sea también importante; sin embargo, esa posición racionalista, más aún cuando es crítica, ha sido un factor fundamental para nuestro avance. La desgracia es que lo olvidamos, permitiendo ataques por parte de sus enemigos. Por fortuna, tenemos a Steven Pinker, quien, en su nueva obra, Racionalidad, lanzada el año pasado, nos advierte sobre prácticas o tendencias irracionalistas del presente. Conviene aprovecharlo.

En una época rebosante de información, con facilidades que superan lo imaginado durante largo tiempo, pensar correctamente puede resultar difícil. Pasa que, aun cuando tengamos un genuino deseo de conocer la realidad, podemos ser perjudicados debido a las noticias falsas. Es un fenómeno que, por lo visto, crece en intensidad y variedad. Sin duda, la política se ha constituido en su preferido campo de acción. Ya son cuantiosas las campañas electorales que, de principio a fin, han estado marcadas por esos engaños. Se ha recurrido a métodos mucho más sofisticados, alterando videos con audios que dicen lo jamás concebido por sus supuestos emisores. De este modo, considerables personas se quedan con datos inexactos, dando por resultado una mirada tergiversada. Víctimas de la manipulación, varios ciudadanos eligen lo peor.

Lejos de las urnas, la situación es igualmente problemática. Sucede que, aunque con el afán de conocer cómo funciona el mundo, muchos se dejan llevar demasiado por la imaginación. Aludo a casos en los cuales se concluye que hay una conspiración en nuestra contra. Se puede tratar de un grupo compuesto por magnates que, buscando todavía más dinero, inventan un virus, pero, a la vez, comercializan las únicas vacunas aplicables. Asimismo, según lo notado en los últimos tiempos, se ha llegado a sostener que criaturas extrañas, o sea, los reptilianos, dirigirían todo. Los poderosos del planeta conformarían esta maléfica comunidad. Tenemos hasta la creencia en un plan que, resumiéndolo, procuraría volver homosexuales a todas las personas. Huelga decir que, para ellos, cualquier crítica en su contra evidencia la pertenencia al sector conspirativo.

Las redes sociales posibilitaron que opinantes de toda índole sean consagrados como autoridades en distintas materias. No importa que sus explicaciones carezcan de respaldo; lo fundamental es el impacto discursivo. Nunca faltaron charlatanes en las sociedades humanas. Desde tiempos antiguos hasta el presente, con seguridad, pueden identificarse incontables muestras al respecto. No obstante, nuestros contemporáneos pueden ejercer una influencia superlativa, conduciendo al despropósito a sus numerosos seguidores. Porque la regla es no someter a crítica nada de lo manifestado por ese osado palabrero. No interesa que indique cómo bajar bastante peso, curar una enfermedad o conquistar al ser amado, entre otras opciones; sus recomendaciones serían estimadas cual oro puro. Sólo quienes se animan a ser racionales, los rebeldes del presente, pueden desnudar a esos ídolos con pies de barro.

 

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