La
universidad, como cualquier otra cosa, tiene un lugar en la sociedad a la que
pertenece, pero ese lugar no es el de contribuir con algún otro tipo de
actividad en la sociedad, sino el de ser ella misma y no otra cosa.
Michael Oakeshott
De acuerdo
con Octavio Paz, el hombre es un animal que necesita ideas para justificar su
vida. Así, con este afán, puede recurrir a la razón y señalar por qué actúa de
una forma u otra. Por supuesto, como, además, es una criatura creadora,
correspondería que motivara igualmente sus inventos. Se supone que toda
fabricación suya puede ser considerada importante, incluso imprescindible, entretanto
haya un satisfactorio sustento de por medio. Siguiendo esta lógica, el panorama
es amplio: podemos argumentar a favor de la rueda, los aviones, las cárceles, mas también resultaría viable manifestarse sobre sus invenciones culturales. Respecto
a estos últimos quehaceres, por su relevancia, me interesa destacar que, sin
excepción, las universidades aparecen para cumplir algunos compromisos
fundamentales. Su propia existencia, por tanto, dependería del hecho de
llevarlos a cabo.
Más allá de formar profesionales e investigar, una universidad debe
estar comprometida con la verdad. Es una razón primordial de su existir. Todo
campus tiene que ser un terreno fértil para el acercamiento a la realidad, su
entendimiento, análisis y explicación. El engaño, en cualquiera de sus expresiones,
debería provocar repudio. En este sentido, la charlatanería, las
pseudociencias, los fraudes científicos, entre otros males, resultarían incompatibles
con esas instituciones académicas. La desgracia es que no se procede siempre de
tal modo. Tenemos centros que, en lugar de promover un debate racional y acreditado,
prefieren la indiferencia o, peor todavía, sumarse a propagandas marcadas por
estafas intelectuales. Es probable que, en estos tiempos de abundantes
falsificaciones, reivindicar lo verdadero se vuelva una tarea central.
Pero no se trata de buscar la verdad por vanidad, pedantería, fama o
cualquier otra causa superficial. Sin temor, se lo puede plantear como un rol
de interés público. Me refiero a que las universidades deben estar
comprometidas con su sociedad. Tienen que contribuir a la explicación y, además,
posible solución de los problemas sociales. Porque, conforme a este
razonamiento, ninguna universidad debería estar desligada de la sociedad en
donde realiza sus actividades. Si se hace ciencia, por ende, tienen que
considerarse las necesidades de su comunidad. En especial, deben atenderse
aquellas dificultades que, desde la perspectiva económica, política o cultural,
para citar algunas esferas, afectan nuestro desarrollo. Levantar un templo del
saber que desdeñe los asuntos de valor colectivo, alegando su concentración en
otros campos, puede juzgarse contrario a la naturaleza
institucional-universitaria. Si tenemos a profesores, investigadores y estudiantes
que no sienten ningún tipo de inquietud por su problemática social, cabe cuestionar
al ente que los cobija.
Existe otra carga que no se debe dejar de lado cuando analizamos el tema
en cuestión. Si se buscara la verdad, apreciando el camino del conocimiento
científico, que conlleva discusiones críticas, ante los problemas sociales,
deberíamos hacerlo porque pretendemos una mejor realidad, es decir, una donde
haya mayor libertad. Sin ésta, tanto las universidades como sus sociedades
perderían lo más importante que tenemos después de la vida. Ha hecho avanzar al
mundo entero; su contrario, la opresión, como lo vimos muchas veces, nos lleva
al estancamiento, retroceso y hasta barbarie. Cualquier campus que se crea
digno, sin duda, debería rechazar toda medida favorable a la servidumbre o,
peor aún, esclavitud.
Nota pictórica. Paseo por la playa en la mañana es una obra que pertenece al notable Anton Rudolf Mauve (1838-1888).
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