El pensamiento crítico no es una ocupación, sino una
facultad. No es algo a lo que se dedique un filósofo cuando hace de filósofo («¡vean,
heme aquí pensando críticamente!») y pueda dejar de hacer, como al quitarse la
chaqueta cuando vuelve a casa.
Erich Fromm
Ser leales con la
filosofía, según Max Horkheimer, significa no permitir que el miedo disminuya
nuestra capacidad de pensar. La razón tiene que servirnos para sobreponernos al
impacto del terror, las zozobras o el pánico, y buscar respuestas ante
cualesquier problemas. No desconozco que sea una labor difícil. La regla es que
se imponga esa suerte de angustia, paralizándonos, impidiendo todo razonamiento
válido. Así, mientras mayor sea el pavor, habrá menos sitio para la reflexión.
Sin embargo, tiene que abrirse la posibilidad de pensar. Es lo que,
históricamente, ha servido para encontrar nuevos caminos, soluciones a
dificultades en las cuales nos habíamos enzarzado de manera casi fatal. Porque,
aun cuando reconozcamos su importancia, los instintos no bastan para salvarnos
de toda dificultad. Se hace necesario que nos distanciemos de lo animal.
Inicialmente,
no pensemos en el miedo a enfermedades, tema muy de moda, sino que destaquemos
aquel sentido debido al prestigio ganado por cada uno. Nada más comprensible
que buscar la conquista y el mantenimiento de una buena reputación. Esto puede hacer
que nos cuidemos de no contradecir posturas masivas, predominantes en la
sociedad donde nos encontremos. Por consiguiente, frente al riesgo de ser
rechazados, criticados y hasta censurados, preferiríamos no razonar con
libertad. Actuar de este modo no es sino un error. Sucede que, tal vez,
distanciándonos de lo convencional, podamos contribuir al mejoramiento de la
realidad. Como es sabido, la mayoría, vale decir, quienes encumbran o
defenestran al prójimo, pueden cometer más de una equivocación. Que algo esté
gozando de popularidad no asegura su acierto. La sola condena de Sócrates
debería bastarnos para evidenciar tales injusticias.
Por
lo dicho, un filósofo no puede temer que sus ideas sean rechazadas debido a su
discordancia con las posiciones mayoritarias. Pero no tendría que ser el único
dispuesto a correr el riesgo del vituperio. Los políticos, por ejemplo, cuando
deciden obrar con seriedad, deben colocar a la razón en una posición
privilegiada, orientando sus determinaciones, más aún si tienen funciones
gubernamentales. Es lo que ocurre con un estadista, quien no trabaja para ganar
las próximas elecciones, sino a fin de resolver nuestros problemas sociales.
Sus medidas, en consecuencia, no responderán a los caprichos o paranoias que perturben
una comunidad, la cual resulta fundamental para renovar su poder. Condicionar
la puesta en práctica de una disposición administrativa a que no incomode al
ciudadano, porque se teme su crítica, refleja el aprecio por las líneas
demagógicas.
Tampoco
las amenazas que son lanzadas por grupos de cualquier fanatismo deberían
llevarnos al silencio reflexivo. No menosprecio el peligro de la violencia,
puesto que su intolerancia acostumbra originar escenarios en donde las ideas se
intercambian con agresiones. La radicalidad de varias facciones, ideológicamente
diferentes, mas concordantes en cuanto a su intransigencia, puede justificar
nuestras preocupaciones. Empero, tomar recaudos no equivale a decir que
anulemos la capacidad de pensar, cuestionar, criticar su proceder. Poco importa
que nos anuncien pesadillas totalitarias o, entre otras opciones, condenas de
naturaleza eterna. Remarco esto último porque, sin lugar a dudas, la religión puede
ser una fuente de miedo, uno que nos fuerce al abandono del pensamiento. Hay
que apostar, pues, por ser leales con nuestra consciencia crítica hasta donde
resulte posible.
Nota pictórica. Dolor de España es una obra que
pertenece a Wifredo Lam (1902-1982).
Comentarios