Para corregir una indiferencia natural, me vi colocado a mitad de camino
entre la miseria y el sol. La miseria me impidió creer que todo está bien bajo
el sol y en la historia; el sol me enseñó que la historia no lo es todo.
Albert Camus
En una biografía sobre la Escuela de
Frankfurt, Martin Jay observa el desprecio sentido por sus representantes hacia
temas económicos. En efecto, tanto Horkheimer como Adorno, por ejemplo, no se
dedicaron a profundizar al respecto. Es cierto que un pensador puede optar por
concentrar sus recursos en una materia determinada, como la cultura, creyendo
prescindible lo demás. El problema es que, cuando se pretende la crítica de
todo un sistema, cuyo elemento económico resulta fundamental, su indagación
debe ser forzosa. No se trata de quitar mérito a otras reflexiones que
hicieron; el punto es subrayar una deficiencia nada menor. Hubo otros autores
que caminaron por esos mismos pagos. Recuerdo que, cuando Régis Debray carga
las tintas contra Louis Althusser, antiguo maestro, destaca su ignorancia en
ese campo. Según su desencantado alumno, el autor de Para leer El capital desconocía decididamente la economía.
Pero hubo igualmente aprecio por esa clase de
cuestiones que, sin duda, conciernen a nuestra convivencia. De hecho, la
economía como ciencia fue posible gracias a un distinguido pensador, Adam
Smith. En su época, la cátedra de filosofía moral que ocupaba contemplaba
diferentes áreas del saber, incluyendo economía política. Así, ejerciendo el
profesorado, razonando, investigando, contribuiría a consolidar una disciplina
que ya no cabe desdeñar en absoluto. Hume, su gran amigo, había asumido también
esa tarea; varias de las páginas que escribió evidencian cuán serias eran sus
preocupaciones. Más adelante, hallamos a John Stuart Mill, que, al margen de
discurrir sobre la libertad, analizó el socialismo, considerando su viabilidad
económica, entre otros enfoques. Desde luego, no puede faltar la evocación de
Karl Marx. Allende las refutaciones que merezcan sus dictámenes, no se podría
negar su esfuerzo por entender la economía. No le faltó, pues, voluntad para el
estudio, aunque nunca garantiza esto que lleguemos a buen puerto.
Contemporáneamente, la
economía continúa siendo objeto de análisis filosóficos. Distintos pensadores
sirven para probarlo. Hay quienes, como Mario Bunge, discuten su carácter
científico. Por otro lado, encontramos individuos a los que les interesa, además
de ahondar en sus diversos aspectos, proponer cambios sociales en donde lo
económico sea indispensable. Obras de Amartya Sen, Michael Novak y Alex
Rosenberg, entre otros autores, permiten que notemos la vigencia del interés
intelectual. Por supuesto, con la caída del Muro de Berlín, las reflexiones que
poseen talante crítico nos colocan frente a detractores y defensores del
liberalismo. Conviene resaltar que, aunque fracasen en la realidad, las alternativas al sistema capitalista tienen
combativos razonadores.
Por último, existen los
que, como algunos posmodernos, prefieren un nihilismo capaz de conducirnos
hacia la paralización más perniciosa; conforme a esta posición, ningún cambio,
acción o cuestionamiento justificaría nuestro respaldo. La desgracia, para
estos últimos sujetos, es que su desinterés puede ser aprovechado por quienes,
sin reflexión previa, impongan creencias, volviéndose éstas populares, poniendo
en peligro todo bienestar. Pocas cosas son tan peligrosos como el abandono de
la razón en el ámbito económico. No planteo su glorificación; advierto que, si
pretendemos el establecimiento de condiciones gracias a las cuales nuestras
necesidades sean satisfechas del mejor modo posible, su empleo es fundamental.
Lo malo es que no todos quieren pagar el precio.
Nota pictórica. La tierra prometida es una obra que pertenece a Lette Valeska (1885-1985).
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