Experimentaron un impulso generoso de indignación ante el mal y de
solidaridad con las víctimas. Pero insensiblemente, de compromiso en
compromiso, se vieron envueltos en una malla de mentiras, falsedades, engaños y
perjurios hasta que perdieron el alma. Se volvieron, literalmente, unos
desalmados.
Octavio Paz
Todos sus grandes ídolos tienen pies de barro. No
importa que se hayan esforzado tanto, mediante biografías o proclamas
rimbombantes, atribuyéndoles una interminable lista de virtudes. En algún
momento, cuando la realidad resulta ya inocultable, sus miserias se cuentan sin
complicaciones. Pensemos en Fidel Castro, el máximo representante de su santoral. Pueden
presentarlo como una criatura celestial, un hombre a quien servir al prójimo,
incluso amarlo sin poses, sería imperativo. Lo cierto es que, durante sus años
en el poder, su desprecio por la dignidad humana fue contundente. Incontables
personas fueron perseguidas, detenidas, ejecutadas, debido a su disidencia con ese
infame revolucionario. Asimismo, se destaca la figura de Ernesto Guevara, mostrándolo
como símbolo bastante versátil, pues su imagen serviría para cualquier demanda,
desde renuncias presidenciales hasta quejas por baños en desuso. El problema es
que los admiradores dejan de lado una faceta en donde hallamos racismo, homofobia,
así como también un enfermizo gusto por las acciones violentas. A propósito, el
rechazo a los homosexuales era compartido por Salvador Allende, otra de las deidades
que veneran. Los casos podrían seguir con generosidad; no obstante, el punto
está claro: pretenden la exaltación de sus correligionarios, pero bajo el signo
del engaño.
Su mandato del
presente pasa por la glorificación de Juan Evo Morales Ayma. Siguiendo con la
tradición del victimismo, un mal que nos acompaña desde hace siglos, se lo
libera de toda responsabilidad. La crisis en Bolivia sería, por ende, una
consecuencia de conspiraciones, planes y maldades del bando contrario, uno racista,
entre otros defectos. Así, desde la perspectiva de quienes lo defienden, el ya
expresidente merecería ser apoyado por todos los países, porque no sería sino
un paladín del sistema democrático. A esta supuesta cualidad, recordada por
periodistas del extranjero que parecen descerebrados, además de hipócritas,
cuando lo entrevistan, se sumaría su identidad indígena. En efecto, porque,
según los que llevan adelante su patrocinio, cual abogados bien pagados, mas sin
justa causa, él habría sido rechazado igualmente por esa razón. Poco interesa
que, en las movilizaciones contra su régimen, representantes de pueblos
originarios hayan tomado la palabra y, con firmeza, pedido su salida. En
resumen, a través de sus intelectuales y gente con oficio productivo, se
divulga un retrato que invitaría al elogio, aunque no tenga como sustento la
realidad.
El ejercicio del
poder de Morales Ayma dejó 78 muertos e innumerables heridos. Al asumir la presidencia, dijo que no habría
ninguno, garantizando una convivencia en donde las protestas no serían
respondidas con balas u otros proyectiles. La particularidad es que recurrió a grupos
de choque, sus movimientos sociales, para perpetrar considerables crímenes,
desde robos hasta asesinatos. De este modo, procuraba evitar que se lo hiciera
responsable, pues no habría actuado directamente con policías o militares. Esos
mismos sectores son los que, desde su salida del país, se movilizan con palos,
dinamitas y armas de fuego para tratar de incendiar Bolivia. Con este
propósito, reciben la colaboración de cubanos, venezolanos, colombianos, entre
otra gente, para consumar hechos vandálicos y terroristas. El narcotráfico, tan
a gusto durante su Gobierno, se ocuparía de contribuir al financiamiento. Por
supuesto, nada de esto incomoda a sus compañeros latinoamericanos. Prefieren subrayar
la retórica antiimperialista, las necedades en contra del capitalismo,
convirtiéndolo en una bandera de su cruzada. Hicieron lo mismo con las FARC y
todos los guerrilleros que combinaban Marx con cocaína. Es tal la canallada en
algunos de sus militantes que no condenan del todo lo sucedido en Perú con
Abimael Guzmán, su amigo maoísta.
Casi con voz
quebradiza, proclaman que se ha roto el Estado de Derecho. Si hubiesen investigado
un poco al respecto, sabrían que quien lo hizo fue su adorado tirano.
Basta con un par de minutos en el buscador para percatarse del daño que causó a
las instituciones republicanas. Más allá de no respetar los resultados del
referendo por la reelección, que conlleva una ilegalidad, su régimen despuntó en cuanto a las arbitrariedades. Ha perseguido a jueces que no quisieron ser sus
marionetas para encarcelar opositores. Por otro lado, modificó normas para favorecer
la impunidad de sus violaciones a los derechos humanos. Todas las autoridades
que fueron consagradas por sus parlamentarios tenían el objetivo de asegurarle
la falta de castigo. El ejemplo más patético se dio con su más reciente Defensor
del Pueblo, David Tezanos Pinto, que interpuso hasta una acción
constitucional para disuadir a los ciudadanos de... ¡protestar!
Hablamos, en consecuencia, de toda una maquinaria que se habría levantado para
colocar al régimen por encima del orden jurídico. Sin embargo, se trata de un
absolutismo que no ha justificado la menor curiosidad del mundillo
izquierdista. Se quedan con la figura del gobernante que renunció por presión
de la derecha fascista, xenófoba, etcétera. Es el mismo espíritu que, en su
momento, negaba los gulags para endiosar a Stalin. Son una resurrección, pero
chata, en términos reflexivos, del Sartre que embistió contra Camus por
criticar las abominaciones del comunismo. La peor exhibición de nuestro subdesarrollo.
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