A raíz de nuestro
conocimiento de los resultados de experimentos anteriores, podemos dar uno u
otro consejo respecto a lo que pasará si se intenta vincular o
separar determinadas ideas. Esto nos pone tal vez en condiciones de ayudar a
otros a captar con el pensamiento la propia época.
Richard
Rorty
Las reflexiones en torno al ejercicio del poder nos acompañan
desde tiempos antiguos. Efectivamente, en las distintas épocas, desde Grecia
hasta el presente, hallamos personas que se han ocupado de meditar al respecto.
Hay quienes, como Hegel, Marx o, hace algunas décadas, Fukuyama, concentraron
sus esfuerzos en descubrir leyes históricas que marcasen allí el rumbo a
seguir. Asimismo, encontramos a ciertos autores que se afanaron en señalar cuál
es el régimen justo. Es más, conforme a Leo Strauss, ésta sería una cuestión
central cuando pensamos en términos filosófico-políticos. Por último, entre
otros casos, se nos presenta la figura del consejero. Aludo a individuos que,
por sus conocimientos y experiencias, tienen el predicamento suficiente como
para sugerir acciones en ese campo.
Aun cuando no fue el primero
que lo hizo, Maquiavelo alcanzó la inmortalidad gracias a los consejos
contenidos en El príncipe. Se ha
dicho bastante acerca de sus páginas, explotándolas con una meticulosidad que
puede llamar todavía nuestra atención. Pese a las críticas que fueron lanzadas
por Diego Saavedra Fajardo, un esclarecido detractor, se debe reconocer la
índole realista de sus recomendaciones. Como es sabido, se partía de lo que
había ocurrido en el mundo, desestimando ambientes imaginarios, escenarios
donde primaban la inocencia y los anhelos cívicos. Su obra es una invitación a
toparnos con la crudeza del poder. Se trata de una línea que, básicamente, ha
sido transitada por Carlos Alberto Montaner en su libro El presidente. Manual para electores y elegidos. Pudiéndose
advertir su orientación liberal, no se puede sino agradecer por la publicación
del volumen.
Montaner no se ha limitado a
escribir sobre cuestiones tácticas y estratégicas que sirvan para la
consumación del triunfo electoral. Existen acápites destinados a esos temas,
pero, en esta oportunidad, yo me inclino por destacar otras consideraciones que
hace. Me refiero al análisis que realiza de las virtudes del gobernante. No
son, pues, consejos que sean dirigidos a políticos inescrupulosos; se anota la
importancia de cualidades como la prudencia, firmeza, dignidad y hasta el buen
humor, por citar algunas. A estas apreciaciones de orden axiológico debemos
sumar un asunto para nada menor: la ideología. Porque, para tomar el poder, es
relevante que uno sepa cómo distinguir las diferentes corrientes, tendencias o
doctrinas. Es falso que esto no interese; sin un panorama teórico, nuestro
manejo del Estado puede resultar una confusa calamidad.
El libro aquí comentado es igualmente útil para identificar a los
verdaderos enemigos en política. Montaner nos habla de una familia conformada
por todos los que respaldan la democracia liberal, es decir: liberales,
libertarios, socialdemócratas, democristianos, conservadores, neoconservadores
y aun socialistas. Es cierto que tenemos notables diferencias con varios de
estos grupos; sin embargo, nuestro principal combate tiene a otros como
contraparte: comunistas, neocomunistas, fascistas, militaristas, teócratas y
socialistas del siglo XXI. Son las fuerzas que cualquier aspirante al primer
cargo público debería contribuir a contrarrestar. Es una tarea que concierne
asimismo al ciudadano, quien, así sea como votante, no debería desligarse del
destino de su sociedad. Tal es su trascendencia que el manual de nuestro autor
se dirige también a los electores. Uno se ilusiona con los provechos que su
lectura traiga consigo en las frágiles democracias de Latinoamérica.
Comentarios