En este oficio ha
acertado algunas veces y se ha equivocado en otras pero siempre ha actuado con
la honestidad más profunda del ser humano, conservando hasta el final su
optimismo por la creación de una patria inclusiva, respetuosa de las
diferencias, enriquecida por ellas, y pregonando la importancia de la educación
como único modo de conseguirlo.
Víctor-Jacinto Flecha
De acuerdo con André Gide, tal como lo recuerda
Juan José Sebreli, el arraigo es una condición que perjudica nuestro
desarrollo. Según ese gran poeta, así como varios trasplantes pueden beneficiar
a un álamo, por ejemplo, las mismas probabilidades de mejora se darían en el
hombre. Por supuesto, no es una idea que fascine a quienes encuentran en el
medio donde nacen los móviles fundamentales de su existencia. No sostengo que
las circunstancias geográficas sean irrelevantes; al contrario, en ocasiones,
sin su presencia, más de un descubrimiento tan reflexivo cuanto útil para la
vida habría permanecido oculto. El problema se presenta cuando, impulsados por
prejuicios, nos rehusamos a creer que otros escenarios puedan ofrecernos iguales
o mejores bondades.
La fiereza de las luchas
políticas ha causado innumerables desarraigos. La cesación de vínculos
familiares y amistades es un impacto que no puede considerarse menor. Esto lo
sufre todo individuo, incluyendo al que tiene por oficio la literatura. En
efecto, siendo las ideas peligrosas para aquellos que conciben el poder como
derecho al abuso, los escritores nunca fueron apreciados genuinamente en esos
contextos. Por esta razón, hay una lista interminable de intelectuales que se
vieron impelidos a emigrar, enfrentando diversos retos e incertidumbres. No
obstante, algunos de ellos confirmaron su vocación merced a ese dramático
traslado, siendo enriquecidos con vivencias y relaciones sin las cuales su obra
es inexplicable.
El magistral Augusto Roa
Bastos pasó más de la mitad de su vida en el extranjero. Nació hace casi un
siglo en Paraguay, el 13 de junio del año 1917, y murió en 2005; empero, estuvo
fuera del territorio guaraní durante mucho tiempo. Las primeras salidas no
fueron violentas. Como periodista, visitó Europa, llegando a entrevistar al general
De Gaulle, allende otras experiencias que se asocian con las letras. El forzoso
abandono se dio en 1947, siendo constreñido a buscar otros destinos. Desde
entonces hasta 1976, residió en Argentina. En ese país, fácilmente cautivador
para quienes gustan de la cultura, su autoridad como narrador ganó firmeza.
Publicó allí El trueno entre las hojas (1953),
su primer libro de relatos. Era su paso de la poesía al terreno narrativo, tránsito
que sería celebrado con justicia. El encumbramiento vendría luego, triunfando
en un concurso de novela con Hijo de
hombre (1960). Vería asimismo el lanzamiento en suelo foráneo Yo el Supremo (1974), creación que demuestra
todo su talento.
Roa Bastos aprovechó su
estadía en el extranjero y, gracias a ello, la literatura lo reconoció como uno
de los notables hombres que optan por ejercerla. Tuvo cuantiosas amistades,
gente que, más allá de las vicisitudes nacionales, coincidía con él en valores,
principios y gustos. Sin embargo, esto no significa que Paraguay hubiese
desaparecido de sus intereses. Es un autor que escribe en español, pero también
usa el guaraní. Se preocupó igualmente del destino político de sus
conciudadanos, suscribiendo cartas públicas, desafiando vetos del dictador
Stroessner, quien hasta lo dejó sin pasaporte. No podía ser de otra manera. Por
más que hubiese vivido en Francia desde 1976 hasta 1996, sintió el impulso de
retornar a su país. Lo hizo para contribuir a la cultura. Fue una lucha noble,
distinta de la Guerra del Chaco, en donde participó cuando era aún adolescente.
Así, al final, ofreció a sus compatriotas lo mejor que pudo darle cada uno de
los arraigos impuestos por la incivilidad.
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