La
filosofía puede producir y produce una obra extraordinariamente interesante e
importante sobre una variedad de temas que no tienen nada que ver con las
privaciones, iniquidades y servidumbres de las vidas humanas. Así es porque así
debe ser, y hay mucho que celebrar en la expansión y consolidación del
horizonte de nuestro entendimiento en todos los campos de la curiosidad humana.
Amartya Sen
Todo comienzo deja una huella que no cabe olvidar. Esos orígenes permiten
conocer una esencia gracias a la que, cuando hay dudas o confusiones al
respecto, nos orientamos adecuamente. En filosofía, Sócrates nos presenta un tipo de vida que, signada por la reflexión,
justifica todavía nuestro aprecio, incluso gratitud, pues contibuyó a la expansión del espíritu crítico, lo cual jamás será
despreciable. Su magisterio tuvo, pues, esa grandeza. La
tarea no era desarrollada en lugares de acceso restringido, resultándole
inaceptables las limitaciones. El objetivo era contribuir a que cualquiera
tuviese una existencia en donde los cuestionamientos no cesaran. Tal vez, obrando de este modo, la sociedad que integraba sería
favorecida. Tomar consciencia de la propia ignorancia y, además, no dar nada
por sentado, entre otros aspectos, ayudan a resolver diversos problemas, tanto individuales como colectivos.
Del pensamiento público y abierto se pasó a las
restricciones de orden institucional. Con Platón, comenzó la tradición de
alimentar intelectualmente a determinados sujetos. Es verdad que, en su momento, Pitágoras tuvo
un círculo de seguidores; empero, esto se hallaba más cercano a la religión que
al terreno filosófico. No deploro aquel invento; admitir a los que tienen esos
intereses, así como trabajar en su profundización, es una idea defendible. La
objeción irrumpe cuando se cree que, allende las fronteras académicas, no tiene
sentido hablar de filosofía. Según esta óptica, se podría cometer un absurdo, negando
el predicamento de autores como Hume, Rousseau o Nietzsche, ya que ninguno tuvo
el título pertinente. No es la única exclusión que se hace: además de relegar
al que no cumpliría con ese requisito, se propugna una despreocupación por lo externo.
Frente a esa delimitación,
irrumpe la reivindicación de una filosofía desbordante, un pensamiento que
invada diferentes ámbitos, en los cuales sus beneficios resultan necesarios. Las modalidades son distintas; mientras se busque la misma finalidad meditativa, fijar exclusiones sería arbitrario. Se puede secundar a Michel Onfray, estableciendo una universidad popular,
pero también organizar una experiencia como la del Seminario de los jueves, dirigido por Tomás Abraham. Entretanto
no se conviertan en tertulias sin esfuerzo intelectual, son igualmente válidas
las charlas que aparecieron merced al ánimo de Marc Sautet. En todos estos
casos, incluyendo el
ejercicio del periodismo filosófico, notamos una extralimitación que
favorecería a la sociedad entera.
Aclaro que el desborde no se justifica sólo en
términos colectivos. Desde Epicuro hasta Alain de Botton, hallamos pensadores
que conciben la filosofía como un “sacerdocio”. Aludo al quehacer de curar
almas, posibilitando nuestra paz o dicha. Es evidente que, frente a los grandes
interrogantes en torno al futuro del género humano, parece un tema menor.
Ocuparse de las angustias del hombre, sus miserias concretas, hasta la
realización como persona, quedaría lejos del ámbito que atañe a los filósofos
solemnes. No obstante, procurar ese mejoramiento individual es asimismo una
labor que concierne a esta invención griega. No interesa que se proclame la
superioridad de otros conocimientos. Por cierto, la ciencia puede prepararnos
para varias desventuras, explicarnos detalladamente sus causas y consecuencias;
sin embargo, ante las situaciones límite que, como la muerte o el fracaso,
Jaspers nos enseñó a tratar, filosofar se vuelve imprescindible para existir.
Nota pictórica. Aún la vida
es una obra que pertenece a Perlrott Csaba Vilmos (1880-1955).
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