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De la ilusión afortunada al desencanto crítico





Cualquier régimen social es una elección entre varios inconvenientes, pero existen sin embargo regímenes equilibrados que limitan los inconvenientes.
Raymond Aron


Don Julián Marías, un filósofo a quien no se dio en vida las distinciones que merecía, destaca el carácter futurizo de los hombres. Estamos, pues, pensando en lo venidero, concibiendo escenarios e incluso proezas que se sitúan fuera de nuestra realidad. Una particularidad como ésta, imposible de hallar en otras criaturas, sean elefantes u orangutanes, ya que no se proyectan hacia el futuro como nosotros, puede resumirse gracias a un solo vocablo: ilusionarse. Las personas somos, por ende, animales que nos ilusionamos, lo cual es valioso, hasta para lograr un fin tan relevante como la felicidad. No obstante, esa cualidad puede traer igualmente consigo problemas individuales y colectivos.
Sucede que, más allá de las desdichas que causan algunas ilusiones en el ámbito privado, la situación se torna compleja cuando tienen un talante político. Nadie niega que la historia regala ejemplos de aquello en distintas partes del mundo, no existiendo exclusividad geográfica. Sin embargo, en el caso de Latinoamérica, cada cierto tiempo, cuantiosos sujetos se rinden ante los encantos del irrealismo. La desgracia es que un estado como éste resulta siempre breve, siendo luego sustituido por una demoledora decepción. Es la caída que se sufre cuando creemos en soluciones mágicas, relegando las bondades del trabajo sostenido, sistemático, realista. Con seguridad, los sueños y las esperanzas son importantes, al igual que determinadas quimeras; empero, se debe aprender a lidiar con las asperezas e insatisfacciones presentes.
Al leer El socialismo del siglo XXI tras el boom de los commodities, un libro colectivo que ha sido editado por la Fundación Konrad Adenauer y la Corporación de Estudios para el Desarrollo, he pensado en numerosos semejantes con ilusiones bastante desproporcionadas. Hablo de esos individuos que, debido a una retórica revolucionaria, creyeron en gobernantes sin prudencia ni austeridad. Fueron así afectadas las sociedades de Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela. Ese distanciamiento de la realidad, muy útil con fines electorales, se mantuvo vigente mientras los recursos naturales tuvieron precios elevados, la demanda china creció y, entre otros factores, los intereses globales fueron altos. Se les presentó la fortuna de contar con ingresos que, mediante bonos, susidios, misiones, etcétera, hicieron posible la multiplicación de opiniones erróneas, total o parcialmente, en torno a nuestra actualidad. Los cegadores programas sociales parecían no admitir ninguna crítica. Con todo, desde 2014, las ganancias bajaron, amargando la existencia cotidiana, merced a lo cual sus falencias se notaron.
Hoy, sin duda, encontramos personas desilusionadas con el proyecto que les prometió un acceso rápido e irrevocable a estadios superiores de bienestar. No hubo un manejo razonable de los recursos, aun mereciendo éste que se lo presente como indecente. Mas se trata de gente que tampoco siente mucho aprecio por las alternativas políticas; en varios casos, el escepticismo es indiscriminado. Esto produce un ambiente poco deseable para quienes sustituyan a los partidarios del socialismo contemporáneo. Ellos deben batallar con la merma de recursos, tras el abismal derroche, pero también enfrentar ese formidable desencanto. Por consiguiente, al margen del reto de tipo económico, nos queda este desafío: cambiar la desilusión por un nuevo entusiasmo, uno moderado, cercano a la realidad y, además, hermanado con la certeza de que toda mejora genuina exige gran esfuerzo.

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