Ese hombre está
dispuesto a entregar su conciencia a aquel que le ofrezca protección contra
esas cuestiones intangibles que no desea considerar, aun los temores.
Ayn Rand
En la
Edad Media, tal como lo ha expresado José Ignacio García Hamilton, podía
sostenerse que “el hombre no tenía libertad, pero gozaba de seguridad”. El
apunte tiene relevancia porque la regla es mostrar al individuo moderno como
amo del mundo, la naturaleza, persuadido de sus virtudes y dispuesto a
progresar sin reconocer límite alguno. Su abandono de la servidumbre habría
implicado el acceso a un estadio superior, una situación que generaría sólo
complacencia. Sin embargo, esa feliz emancipación no se presenta en todos los
casos; también allí, la diversidad humana impone su rigor. Así como hay sujetos
que no tienen problemas en asumir su
libertad, afrontando las consecuencias de manera responsable, sin buscar otros
culpables, hallamos personas a quienes, por sus incertidumbres, ser libres
produce angustia, náusea, incluso desasosiego. En su criterio, hasta el orden
feudal merecería una reivindicación.
Esa tribulación del individuo al que se demanda obrar
autónomamente, defendiendo su soberanía, justifica profundas reflexiones. Es
una de las ideas capitales que formula Erich Fromm en El miedo a la libertad, obra que ha servido para tratar de explicar
fenómenos totalitarios. Según dicho pensador, esa calamidad política se
entendería gracias al hecho de que muchas personas prefirieron, en momentos
determinantes, seguridad a cambio de libertad. Se concebía lo futuro como una
desesperante fuente de incertezas, ya que, entre otras cosas, la crisis parecía
invencible. No importaba que se subrayara la
posibilidad de sobreponerse a las adversidades, recurriendo al ingenio
y, por supuesto, el esfuerzo. El fracaso se presentaba como la opción más
segura si los dejaban en total o preponderante desamparo. Era necesario contar
con un caudillo que asumiera esa carga.
Quien nos auxilia en la responsabilidad de ser libres
puede conducirnos a un escenario infame. En política, si revisamos la historia,
ese alivio del peso que nos imponen las conquistas modernas ha sido
regularmente negativo. No niego que hayan existido libertadores con genuinas y
admirables intenciones. Aunque sea difícil de creer, la mala fe no reina en
todos los campos. La lucha contra las injusticias es un cometido que, por
suerte, ha tenido brillantes partícipes. No obstante, la impostura tiene
también cabida en este mundo. Ocurre que la colaboración brindada en nuestro
favor, otorgándonos algunas de las seguridades deseadas, exige un precio
demasiado alto, el cual se cobra sin vacilar. Así, se consuma una negociación
que suele ser funesta. Nos conceden
cierta placidez, mas a tiempo de liquidar nuestra libertad.
Conviene señalar que no se trata de relegar cualquier
seguridad. Como ha enseñado José Ortega y Gasset, el hombre siente la necesidad
de planificar su vida. Ello requiere que conozcamos varios aspectos de la
realidad, nuestras circunstancias, previendo diversas situaciones. En otras
palabras, tenemos que contar con certezas, las cuales nos servirán de base para
elaborar proyectos que estén ligados al desarrollo individual y, además,
social. Con todo, esa estabilidad que se precisa para existir no debe entenderse
como el fin supremo. Lo ideal es procurar siempre que los márgenes de libertad
crezcan, aun cuando esto conlleve la expansión del riesgo, las dudas, el
malestar fundado en no tener garantizado nada. Es la oferta de una vida
racional. Aventurarnos a seguir un sendero diferente, sin interesar cuán
transitado esté, implica peligros mayores al de sentirnos acongojados.
Nota
pictórica. El gondolero es una obra
de Ditlev Conrad Blunck (1798-1853).
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