El iluminismo, en el sentido más
amplio de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido siempre el objetivo
de quitar el miedo a los hombres y de convertirlos en amos.
Max Horkheimer y Theodor W. Adorno
El éxito de un
maestro se mide por las irreverencias que causa entre sus alumnos. Todo
discípulo está llamado a contradecir al individuo que, momentánea o
permanentemente, asume la misión de guiarlo en el campo del conocimiento. Quien
pretende formar hombres que sean útiles para reproducir consignas, pronunciar
alabanzas y obedecer dictados, sin detenerse a pensar al respecto, debe ganarse
nuestro repudio. Estimo que ya se ha llenado el mundo de siervos; con
frecuencia, las democracias contemporáneas nos lo demuestran, pues se acostumbra
elegir opresores cuando toca renovar la composición de los órganos del poder
público. Por ello, aunque a muchos educadores les parezca incómodo, debemos
plantear la necesidad de acabar con esas prácticas dañinas, aquéllas que impiden subvertir el orden. La meta es dinamitar pedestales.
Es
aconsejable que, desde los primeros años racionales, se ilustre al semejante
sobre lo deplorable de cualquier esclavitud. Olviden el abono de sentimientos
como la amistad o el amor; salvo casos patológicos, éstos suelen ser apreciados
sin dificultad. El rechazo a lo que violenta la libertad no es, por desgracia,
un fenómeno surgido espontáneamente. Puede haber una reacción instintiva que aparezca
cuando, con prepotencia, se quiera someternos. No descarto que, tal como sucede
con los animales salvajes, algunos hombres se opongan al cautiverio. Con todo,
la regla es que, merced sólo al paso del tiempo, las personas no se percatarán
de cuán importante resulta ser libres. En la mayoría de las situaciones, debe
haber alguien que ilumine al prójimo, explicándole las abominaciones cometidas mientras
se desampara ese valor. El vasallaje tiene que ser detestado.
Nada
tan saludable como triturar un sistema que burocratiza la enseñanza. La educación
no tiene que creerse loable cuando condice con los programas oficiales. Nunca
dejará de haber tonterías que, atendiendo los mandatos del funcionario
administrativo, deban ser utilizadas para trastornar al estudiantado. Seguir
ese camino gris, regularmente ideado con el objeto de propagar la mansedumbre,
es un disparate. Son incalculables los males de colegios, escuelas y
universidades; debe haber otras alternativas. Es obvio que se pueden ampliar
los conocimientos sin pasar por esas instituciones. Basta la voluntad para
emprender la aventura del pensamiento. Sé que los tiempos modernos nos exigen
acumular títulos; empero, al reflexionar sobre esta temática, no me refiero a
un aprendizaje de oficios. Lo que propugno es contribuir a la preparación de
individuos autónomos, adictos al conocimiento, con espíritu crítico e
insumisos.
Los
ciudadanos deben ser formados conforme a una pedagogía de la sospecha. Es vital
que desconfiemos de quien ejerce funciones gubernamentales. Un
profesor respetable será aquél que, recordando dictaduras y tiranías, no deje
dudas en torno a este asunto. Yo no encuentro exagerado enseñar a presumir que,
detrás de cada medida del Estado, se halla un móvil incompatible con nuestros
deseos menos censurables. Capacitando a personas que defiendan esta posición, aun
en ambientes internacionales, habremos cumplido una labor de gran relevancia.
Ésta es la única educación que puede ser considerada distinguida en el terreno
cívico. La tarea es preparar sujetos que estén convencidos de resistir lo dispuesto
por las autoridades inmundas. Para lograr esto, quizá vencer el miedo al abuso
antidemocrático sea una de las asignaturas más significativas que nos
corresponde aceptar.
Nota pictórica. Manifestación de protesta es un cuadro
que pertenece a Jacob Lawrence (1917-2000).
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