-
No es improbable que, apeteciendo una mejora del patrimonio o un cargo permitidor de venganzas personales, las conversiones atraigan a quienes injuriaron ayer al Gobierno. El sometimiento de principios y valores al dictado del interés económico no es una excentricidad en Bolivia; sin gran esfuerzo, podría señalar a sujetos que cambiaron la dignidad por sobras del banquete oficialista. Tales volteretas se dan igualmente cuando la ingenuidad o estupidez impide notar las aberraciones del Movimiento Al Socialismo, pues algunos mortales sueñan todavía con un enderezamiento de la gestión liderada por Juan Evo Morales Ayma. Debe quedar claro que, mientras ese deplorable partido tenga el poder, la posteridad será tan fúnebre como autoriza pronosticar nuestro presente; por ende, sumarse a dicha facción es apoyar el proyecto político más maléfico que ha tenido este país durante la última centuria. Quienquiera engrosar el número de masistas tendrá que asumir esa responsabilidad cuando los electores hayan recuperado la cordura.
Genuino amparador del liberalismo, yo nunca podría respaldar un proyecto como el que tratan de concretizar los gobiernistas. Aprecio cada expresión de la libertad individual, ya que su presencia me parece un requisito indispensable para tener una vida bien lograda; en consecuencia, cualquier medida ideada con el objeto de socavarla merece mi total reprobación. Al respecto, el rechazo a los juicios autónomos que son emitidos dentro y fuera del oficialismo posibilita observar esa realidad. Ciertamente, el ensalzamiento de las posturas corporativas que no celebran la llegada del disenso es lo aconsejable entre masistas: debe relegarse a los disconformes, soterrar sus críticas, vedar la revisión de las desgracias generadas por el salvador aindiado. Ellos ambicionan una homogeneización de los ciudadanos que aguante sigilosamente sus bestialidades. Esa monotonía saludable para el caudillo resiste a los hombres soberanos, maldiciendo los cuestionamientos veraces, libres e indómitos que pueden promulgar.
Estoy convencido de que un Estado debe ser gobernado por las mejores personas o, si éstas no quisieran aceptar esa misión, los políticos menos incultos. Es obvio que mi opinión no es compartida por los simpatizantes de Morales, antítesis del estadista ilustrado. La rusticidad presidencial no es únicamente bochornosa, sino también funesta. Como se sabe, Sarmiento fue un intelectual que dio al tema de la educación una importancia excepcional; ante todo, este gobernante argentino del siglo XIX quería educar al ciudadano, acaso previendo los riesgos de las democracias bárbaras. No es absurdo conjeturar que su relación con los libros haya influido en esa política estatal. Infelizmente, la repugnancia que provoca un texto a la mayoría de los dirigentes del MAS se manifiesta en el desprecio a quien censura, desde la perspectiva académica, todas sus irracionalidades. Un auténtico pensador, alguien renuente a tolerar sujeciones de ninguna índole, dogmas que obstaculizan el acercamiento a la verdad, jamás será bienvenido en el partido de Gobierno. Dado que la cultura puede pulverizar los mitos populistas, ellos prefieren entronizar al ignorante y agasajar su rudeza.
La ética hace asimismo imposible mi adscripción al MAS. Las pruebas de corrupción que se han lanzado contra el Gobierno le niegan sus virtudes morales; esas numerosas y convenientemente fundadas denuncias derribaron, en diversas ocasiones, la patraña del salvaje inmaculado. Por otra parte, vale la pena subrayar que los masistas causaron la muerte de cuantiosos opositores, recurriendo para ello a policías, militares y turbas intoxicadas. Una vez perpetradas esas occisiones, así como los apresamientos que se dieron con fines totalitarios, ellos han demostrado ser diestros en seguir la repudiable costumbre de otorgar impunidad a ministros sanguinarios. Consiguientemente, dado que no soy apologista del crimen, peor aún liberticida o iletrado, mi lugar está en la oposición, aun cuando muchos de nuestros candidatos sean tremebundos.
Comentarios
Alfonso Calderón