La recomposición del poder público es una oportunidad que tiene el ciudadano de reflexionar sobre lo venidero. Habrá siempre la tentación de confiar nuevamente en el partido gobernante o, si éste hubiera sido incurioso, apoyar una fuerza que se destaque por la criticidad. Existe asimismo la opción de incursionar en el respaldo a fórmulas intermedias, eclécticas, conciliadoras, grises; no obstante, los pérfidos y quintacolumnistas suelen atiborrar estas banderías. En tiempos comiciales, por tanto, analizamos la realidad, observamos los problemas que nos fastidian demasiado e imaginamos, proyectándonos hacia el porvenir, cuál propuesta será más eficaz respecto a su solución. Si procura tomar una decisión que muestre madurez, el votante debe realizar estas disquisiciones para evitar un arrepentimiento ulterior. No desecho el riesgo de filfas, engaños o simulaciones electoralistas; por lo contrario, su previsible aparición es aquello que funda el imperativo enunciado. Los últimos años nos han enseñado que la elección de mandatarios nunca debe ser un acto emotivo, peor aún frívolo.
Como antagonista del Movimiento Al Socialismo, estudio actualmente las nominaciones que, con creciente desesperación, presentan los partidos y agrupaciones del bloque antigubernamental. Confieso que, hasta este momento, el afeamiento de la situación paréceme insalvable; las majaderías continúan acompañando a quienes persiguen la victoria en diciembre. Entiendo que un solo frente resultaba inviable (también rechazable, pues las senadurías en los departamentos opositores deben eludir el yugo del oficialismo), pero no consiento la exuberancia de aspirantes a ocupar puestos públicos, los cuales son insuficientes para saciar toda esta empleomanía. Nada redime a quien, sometido por el arribismo, incentiva la forja de nuevas postulaciones que tendrán el fracaso como hado ineluctable. Es absurdo sostener que cualquier persona pueda dirigir la República; aun cuando los veredictos democráticos rehúsen esta idea, el político de fuste cuenta con cualidades extraordinarias. Sé que la basteza y las trivialidades empuercan muchos sectores de la sociedad, aplebeyando a sus miembros e instigándolos al desprecio por la excelencia; empero, no admito que los prohombres hayan desaparecido.
Mi condición de intelectual me veda el sosiego que, contemplando las alianzas partidarias, siente quien se caracteriza por la ingenuidad o el conformismo. Sucede que cada convenio es una cristalización de ansias personales, comprensibles pero insatisfactorias, pues no hay sustento teórico tras esa exhibición. No encuentro sino lugares comunes y conatos de populachería entre los heraldos de la oposición. Además, existe una cobardía que impide propugnar el único ideario capaz de doblegar a la izquierda en su conjunto: el liberalismo. Es enigmático que haya coincidencias en cuanto a la defensa del Estado de Derecho, la propiedad privada, el pluralismo, la libertad de pensamiento, etcétera, mas ningún político represente abiertamente a esta doctrina, la mayor que ha ennoblecido al hombre. Según advierto, las décadas de invectivas difundidas por encomiastas del marxismo han sido útiles para que los liberales y las personas afines a sus planteos no se sientan bien proclamando esa preferencia intelectual. Por mi parte, declaro que pocas cosas superan el orgullo de ser liberal.
En el año 2005, la oposición dio motivos para perder las elecciones generales. Es superfluo evocar hoy la participación de Jorge Quiroga Ramírez, burócrata racional devenido en apóstata del liberalismo. Tampoco juzgo conveniente narrar las pruebas de imbecilidad que, como es previsible, se repetirán entre los nuevos candidatos cuando debatan sobre sus melopeas. Esos recuerdos son altamente vomitivos; con seguridad, esta sensación se origina en la reminiscencia de los festejos masistas que anunciaban el comienzo del frenesí. Por ello, previendo una repetición que, de concretarse, aceleraría esta decadencia, exijo sensatez a quienes integran las facciones opositoras. Asimismo, pido al empresariado, mecenas de las quimeras ideológicas, que no menosprecie los principios discutidos en el escenario nacional. Las transacciones pueden tener pésimos resultados; un aire de coherencia no los atormentaría de por vida. El ocurrente y sanguinario Lenin ya lo dijo una vez: «Los empresarios ven a tan corto plazo que harán el negocio de vendernos las sogas con las cuales los ahorcaremos».
Nota pictórica. La balsa de la Medusa fue ultimada por Théodore Géricault en 1819.
Comentarios
La realidad (ésa que no te interesa ver desde tu torre de marfil) te enseñará que muchas lecturas no bastan para tomar consciencia de los grandes errores que uno comete al emitir opiniones políticas. En ocasiones basta con escuchar al pueblo.
Jaime Quiroga
Cuesta más creer que haya gente que se trague con tanto gusto el panfleto de moda, por el cuál todos los males se atribuyen al liberalismo...
Excelente artículo. Y brillante la elección de la cita final del "ocurrente y sanguinario".
Marcelo