Según el sociólogo Max Weber, un político tiene tres cualidades: pasión, sentido de responsabilidad y mesura. Esta última característica le impide distanciarse de la realidad, interpretar erróneamente lo que pasa en su país, desnaturalizar las pretensiones del soberano. Ocurre que, cuando uno se considera excelso, supremo e irreemplazable, el engreimiento suele llevarlo al desprecio de la crítica; también, debido a esta patología, cualquier autoanálisis tórnase imposible. En este contexto, la gestión pública termina incurriendo en prácticas autoritarias, ya que se descalifican las restricciones legales porque afrentan el pundonor del gobernante. Conforme a su óptica, los mortales que no consiguieron ningún triunfo comicial tienen la sola obligación de loar al nuevo mesías.
Respaldado por los gorrones del oficialismo, un presidente puede creer que su popularidad se mantiene imperturbable. Atendiendo a funcionarios lisonjeros, rechaza las encuestas ventiladas para probar la decadencia del Gobierno, bosteza si alguien diserta sobre los exabruptos ministeriales, sonríe ante solicitudes de circunspección e infravalora las denuncias que revelan hábitos corruptores. Por lo comprobado, los palacios gubernamentales se convierten, con facilidad, en una torre de marfil, un espacio donde habitan sólo el ególatra y su claque. Ejecutores del renacimiento nacional, ellos repulsan los discursos que no engalanan sus políticas públicas, aunque las razones para componerlos sean encomiables.
Todo pedido formulado por un ciudadano debería originar contestaciones perspicuas del Estado, respuestas que hagan dable saber cuál es la postura oficial sobre una situación específica. Al omitir este deber -archivando la petición o desacreditándola sucintamente-, las autoridades generan malestares que socavan su legitimidad. Obrando así, los burócratas le hacen conocer al individuo que no fueron contratados para servirlo, sino con el propósito de satisfacer cualesquier antojos del adalid, cuyo egocentrismo reclama vastas genuflexiones. Conviene advertir que esta diferencia ontológica pretende ser eternizada mediante leyes atiborradas de palabrería izquierdista; teniendo rango constitucional, el menosprecio por los derechos fundamentales ganaría rigidez, esto es, impunidad.
El amor excesivo le hace desdeñar instituciones que no están bajo su égida. Poco importa que Douglas North les haya encontrado virtudes porque ofrecen reglas y certidumbres a las personas; la infalibilidad del caudillo puede más que un piélago de construcciones académicas. Como su endiosamiento le asegura dictados sublimes, descarta la revisión del ideario que propala, así como el escrutinio de los cuestionamientos opositores. Ignora que el poder político será siempre enemigo de las exclusividades: quien ansíe conservarlo perennemente deberá proclamar su cautiverio, aniquilando la democracia liberal, pues el pluralismo que ésta patrocina no tolera jefes vitalicios.
El déspota iletrado supone que las multitudes lo apoyan sin vacilar. Desde los cubiles palaciegos, se juzga que la situación dista mucho de ser aciaga. Pero este convencimiento decae gracias al creciente número de insatisfacciones ciudadanas. Una vez que los reclamos aumentan, las concentraciones oficialistas pierden esplendor. La populachería obceca, mas no valida ninguna sandez económica o arbitrariedad sanguinolenta. Anatole France lo explicó mejor cuando sostuvo: “Si un millón de personas dicen una cosa tonta, ésta sigue siendo una cosa tonta”. Curiosamente, todos los politicastros que se creyeron invencibles, merced a mítines embusteros y áulicos sobones, no acabaron su mandato presidencial.
Nota pictórica. Caída de Ícaro fue forjada por Jacob Peter Gowy entre 1636 y 1637.
Comentarios
se vera, como dices, en los comicios, y bueno... veremos que es lo que la gente quiere... a veces encerrarnos en lo que 'la gente bien' quiere, nos hace pensar que todos quieren eso... pero lastimosamente 'la gente bien' nunca se ha dado el trabajito de ir a hablar con los de abajo, y si lo hicieran probablemente no los entenderian... despues de todo, no hablan el mismo idioma....
que sea lo que dios quiera... lo que si, Bolivia ya cambio... y vuelta atras.... ya no hay.
saludos!!
Columba
¿Que diferencia hay entre un politico "indio" y un K'ara?
NINGUNA!!!
Los políticos son una subespecie aparte, sin importar el color que lleven en el cuero ni las herencias "ancestrales" de cada uno(ademas... al fin y al cabo, aunque les de acidez a los indigenistas, la cultura española es mucho mas antigua que la quechua)
http://albertocuellar.blogspot.com/