La placidez del encastillamiento intelectual suele ser desgarrada por el autoritarismo de los gobernantes. Tener a escritores que reflexionen sin sentir temores o verecundias debería ser una ejecutoria para quienes dirigen cualquier Estado; existiendo libertad de expresión, los ciudadanos pueden lanzar encomios, andanadas, propuestas o rectificaciones: airear su propia verdad. Pero, cuando las opiniones poseen un barniz crítico que no embelesa, los burócratas plantean la urgencia de revisar dicho concepto, minar su fuerza. Siendo éste nuestro escenario, juzgo que mi silencio político debe cesar.
De acuerdo con Mariano Grondona, en democracia confúndese asiduamente mayoría con totalidad. Esto hace que los ganadores de las elecciones generales supongan haber conseguido la omnipotencia divina. Cuando se da este fenómeno, cualquier oposicionista pasa a ser enemigo del Estado y digno de la peor infamia. Así, las minorías terminan siendo suprimidas para materializar un proyecto mesiánico. Olviden la tolerancia, pues quien está convencido de tener todas las verdades no acepta ninguna observación. La uniformidad impónese sin hesitar; el discurso relativo al nuevo país excluye a los que proclaman su diferencia.
El bestiaje que intentó lacerar a Juan Claudio Lechín Weise prueba la intransigencia del Gobierno. Excandecidos por su creciente impopularidad, los oficialistas recurren al tropel para hostigar al que vitupera su autoritarismo; amparados en una falsía (huelga fraudulenta), justifican parcialmente la calaverada de tantos valentones. El frustrado linchamiento prodújose por decisión gubernativa: yo acuso a Juan Evo Morales Ayma y su gabinete; las masas son meras abstracciones.
Raúl Prada Alcoreza dijo que sus contradictores eran iletrados. Esa declaración –relevante, dada la supuesta formación académica del asambleísta- deja entrever una fiereza manifiestamente totalitaria. Dividir el poder público, enaltecer la democracia liberal, respetar los derechos fundamentales o escuchar al semejante sin denostarlo constituye aquí una raridad. El enemigo no es la pobreza, sino los disidentes. Curiosamente, el susodicho constituyente omite pronunciarse sobre la incultura vergonzante del jefe masista.
Emporcar la reputación del objetor es una práctica común dentro de nuestra historia política. Cualquiera que censure los actos gubernamentales acabará escuchando múltiples sindicaciones, capaces de aniquilar incluso el honor familiar. Ahora mismo, la situación se complica merced al exclusivismo del canal 7 (televisora donde Bolivia tiene un crecimiento económico similar al de China y una honradez burocrática idéntica a la finlandesa): los periodistas fraguan prontuarios escabrosos con una celeridad que sobrecogería a Joseph McCarthy. Con todo, aunque los ataques sean ineluctables, prefiero ser librepensador mancillado que secuaz autómata.
Frente a las tropelías cometidas por los epígonos del MAS, conviene recordar esta frase de Carlos Matus: “El dilema es rebeldía o adaptación”. El momento de la resistencia será largo; los lances, numerosos. No obstante, todo esfuerzo resulta necesario para salvaguardar las libertades individuales y el sistema democrático. Hoy, claramente, la pusilanimidad ya no tiene cabida.
De acuerdo con Mariano Grondona, en democracia confúndese asiduamente mayoría con totalidad. Esto hace que los ganadores de las elecciones generales supongan haber conseguido la omnipotencia divina. Cuando se da este fenómeno, cualquier oposicionista pasa a ser enemigo del Estado y digno de la peor infamia. Así, las minorías terminan siendo suprimidas para materializar un proyecto mesiánico. Olviden la tolerancia, pues quien está convencido de tener todas las verdades no acepta ninguna observación. La uniformidad impónese sin hesitar; el discurso relativo al nuevo país excluye a los que proclaman su diferencia.
El bestiaje que intentó lacerar a Juan Claudio Lechín Weise prueba la intransigencia del Gobierno. Excandecidos por su creciente impopularidad, los oficialistas recurren al tropel para hostigar al que vitupera su autoritarismo; amparados en una falsía (huelga fraudulenta), justifican parcialmente la calaverada de tantos valentones. El frustrado linchamiento prodújose por decisión gubernativa: yo acuso a Juan Evo Morales Ayma y su gabinete; las masas son meras abstracciones.
Raúl Prada Alcoreza dijo que sus contradictores eran iletrados. Esa declaración –relevante, dada la supuesta formación académica del asambleísta- deja entrever una fiereza manifiestamente totalitaria. Dividir el poder público, enaltecer la democracia liberal, respetar los derechos fundamentales o escuchar al semejante sin denostarlo constituye aquí una raridad. El enemigo no es la pobreza, sino los disidentes. Curiosamente, el susodicho constituyente omite pronunciarse sobre la incultura vergonzante del jefe masista.
Emporcar la reputación del objetor es una práctica común dentro de nuestra historia política. Cualquiera que censure los actos gubernamentales acabará escuchando múltiples sindicaciones, capaces de aniquilar incluso el honor familiar. Ahora mismo, la situación se complica merced al exclusivismo del canal 7 (televisora donde Bolivia tiene un crecimiento económico similar al de China y una honradez burocrática idéntica a la finlandesa): los periodistas fraguan prontuarios escabrosos con una celeridad que sobrecogería a Joseph McCarthy. Con todo, aunque los ataques sean ineluctables, prefiero ser librepensador mancillado que secuaz autómata.
Frente a las tropelías cometidas por los epígonos del MAS, conviene recordar esta frase de Carlos Matus: “El dilema es rebeldía o adaptación”. El momento de la resistencia será largo; los lances, numerosos. No obstante, todo esfuerzo resulta necesario para salvaguardar las libertades individuales y el sistema democrático. Hoy, claramente, la pusilanimidad ya no tiene cabida.
Comentarios
Así como dijó Juan Carlos Urenda D. en su libro "Separando la paja del trigo", que hemos vivido en el Paternalismo años tras años, que papá nos solucionará los problemas. besos y abrazos. ¡viva santa cruz!
un abrazo