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Subsistir, vivir y convivir





Cultura: el ámbito en el que se desarrolla 
la actividad espiritual y creadora del hombre.
Alain Finkielkraut


A lo largo de su historia, la filosofía ha sido cuestionada desde distintos frentes. Es más, tal como lo subraya Ignacio Izuzquiza, se llegó a pregonar su muerte, anunciando una inminente y definitiva desaparición. Pensando en la metafísica, por ejemplo, partidarios del Círculo de Viena optaban por presentarla prácticamente como fantasía. Se trataría, pues, de un camino que no puede aproximarnos a la verdad. Siendo así, un obstáculo para nuestro conocimiento de la realidad, justificaría los embates lanzados en su contra. En general, se alegaría su inutilidad; no serviría de nada, excepto para mostrar una retórica vanidosa. Es un ataque similar al que se acomete para despreciar la cultura, o sea, su falta de provecho, el hecho de no generar consecuencias prácticas. Lo cierto es que, si somos serios, tales observaciones resultan infundadas.
Si nos imaginamos nuestra llegada al mundo, desnudos e inermes, queda claro que hallamos entonces un escenario de innegable peligro para la vida. Arrojados allí, como lo teorizaron Ortega, Heidegger y Sartre, por mencionar algunos autores, sentimos la urgencia de ver cómo sobrevivir. Es una obligación del cuerpo que no admite grandes aplazamientos. En este contexto, la cultura se presenta para colaborarnos de manera significativa. Una cuestión tan fundamental como el comer, verbigracia, se puede afrontar mejor merced a sus medios. Lo mismo pasa con el vestir, puesto que, bajo condiciones extremas, imperando el frío, podríamos experimentar padecimientos mayores, incluyendo los de carácter letal. Por último, este beneficio cultural se advierte asimismo cuando buscamos cobijo en cavernas, casas o apartamentos. Sin esa clase de resguardos, la vulnerabilidad del ser humano alcanzaría proporciones mayúsculas.
De modo que, en su sentido amplio, nuestra sobrevivencia precisa de la cultura; empero, no es lo único relevante. Además de subsistir, los hombres tienen que vivir. No me refiero a cualquier forma de hacerlo; atendiendo a lo expuesto ya por los antiguos, debería procurarse una vida bien lograda. En esta lógica, cada quien puede aspirar a realizarse plenamente. Esto se traduce en conquistas profesionales, académicas, aunque también otras que repercutan en nuestra felicidad. El punto es que, para conseguir ese noble objetivo, se cuenta con recursos de índole cultural. Desde las humanidades hasta el arte, por tanto, nos ofrecen lo necesario para tener vivencias placenteras, edificantes, valiosas. Aun el cometido de acceder a una vida virtuosa, propugnada por los estoicos, la reconoce como un elemento fundamental para su materialización.
Pero este fenómeno de lo cultural no tiene que ver sólo con la formación del espíritu, su refinamiento. Dado que, salvo excepciones muy raras, requerimos de los vínculos con otras personas para satisfacer nuestras diversas necesidades, puede servirnos igualmente al convivir. Sería posible, sin duda, que interactuásemos con los demás de manera espontánea, instintiva, dejándonos conducir por nuestros impulsos del momento. Sin embargo, esto no puede ser considerado óptimo ni, aunque sea, aceptable si anhelamos una coexistencia más o menos sensata. La cultura, gracias a lo que nos transmite, valores y principios, reglas e ideales, contribuye al establecimiento de las condiciones que permiten aquello. Un concepto que tanto se reivindica como el de la democracia sería irrealizable sin ningún respaldo cultural. Conviene recordarlo cuando, desde la política, se denuncia su inutilidad.

Nota pictórica. Reconstruir un barco es una obra que pertenece a Henry Koerner (1915-1991).

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