Hacia una victoria insuficiente

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El 12 de octubre de 1936, tras escuchar las arengas e imprecaciones franquistas del general José Millán Astray, célebre por su apego a la muerte, Miguel de Unamuno y Jugo habló sin que las charreteras pudieran arredrarlo. Como siempre, la refutación de este pensador fue urticante para quien causó su lanzamiento; otra vez, proclamaba lo que le parecía correcto, subrayando asimismo las falsías del eventual contrario. En la ocasión de marras, dirigiéndose a los falangistas y al necrófilo militar que habíalos excitado previamente, dijo: «Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha». Fue así como el apasionado belicista originó uno de los discursos más ilustres que un meditador haya lanzado contra la soberbia del poder. Meses después, el arrojado filósofo moría encerrado en su domicilio, restricción que se le impuso por no apoyar la cruzada de Francisco Franco, sepultador del republicanismo socialista.

El recuerdo de la proeza unamuniana es útil para reflexionar acerca del referendo que, si bien aparenta ser lucrativo desde una perspectiva democrática, puede intensificar los conflictos en Bolivia. Evidentemente, el advenimiento de la consulta popular no trae consigo esperanzas, sino temores que una incorruptible propensión del oficialismo a decantarse por las sinrazones alimenta con placer. Es, pues, el éxito de la violencia y zafiedad gobiernistas algo hacedero cuando los bolivianos se manifiesten sobre el texto constitucional fraguado por aficionados al tercermundismo. No bastan la irracionalidad que contiene ni las tropelías cometidas durante su legitimación parlamentaria; el vulgo, todavía neolector, está en condiciones de aprobar ese llamado a la materialización del proyecto iliberal que respaldan los masistas, cuya poquedad cerebral les impide asumir otros postulados. Porque hay plétora de razones que sustentan el rechazo al documento en cuestión, solicitar su apoyo equivale a pedir nuestro asentimiento para ser vejados.

Se han escrito numerosas páginas relacionadas con las anomalías del proceso constituyente. Hasta la intoxicación, los analistas que tienen un adarme de inteligencia exponen motivos para aborrecer ese bodrio jurídico (aclaro que, aunque también importante, no me refiero a la melopea de las autonomías departamentales). Sin embargo, columbro que la opción positiva será mayoritaria; en consecuencia, pese a los últimos menoscabos engendrados por las incurias, tontedades y ladronerías de sus burócratas, Morales Ayma seguirá estropeando el presente, garantizando una posteridad sombría. Pero, aun cuando esta pretensión fuera reforzada, tengo la certidumbre de que el resultado del acto soberano reflejará cuánta inconsistencia posee todo el plan que se abrevia en dicha normativa. Ni siquiera el papanatismo de los admiradores extranjeros valdrá para mantener vivo su esperpento.

De conformidad con Norberto Bobbio, la fuerza y el consenso son los fundamentos del poder. Este planteamiento implica que, para su vigencia, las leyes no dependan sólo de la coactividad; tarde o temprano, los castigos institucionalizados son ineficaces si falta una sumisión facultativa al resto del ordenamiento jurídico. Es pertinente enfatizar que el Estado surge merced a la voluntad expresada por los individuos, se levanta en busca de salvaguardar sus derechos elementales, manteniendo las condiciones que no los perturben. Para cumplir este cometido, deben acordarse reglas que, como señalé antes, vuelvan agible su acatamiento bajo amenaza de sanción legal. Huelga decir que, dado su indiscutible valor, la Constitución no debe aspirar a ser obedecida únicamente gracias al castigo que acarrearía una inobservancia o incumplimiento de sus preceptos: las autoridades pueden agotar la fuerza reconocida por Ley; empero, sin abundantes adhesiones voluntarias, cualquier sistema se torna inviable.