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Mostrando entradas de marzo, 2006

Del saltabanco que anhelaba volar

Mientras él narraba cómo se produjo su inverosímil rehabilitación, empecé a meditar sobre la repugnancia y el pavor que originaba entre los pasajeros del microbús. Bastaba mirar sus cabellos para inferir que la detergencia le resultaba enojosa; el hedor, los dientes bermellones y las ropas sórdidas revelaban su condición de miserable. En ese contexto, debido al instinto de conservación, la desatención era una extrañeza: nadie nos aseguraba que no terminaría blandiendo un arma blanca a pocos centímetros del lugar donde habíamos decidido asentar el tafanario. El hecho de que haya invocado la protección divina antes del ofrecimiento comercial supone una devoción albugínea o un embuste colosal. La religiosidad que procura mostrar ni siquiera considérola seriamente, pues su mirada decadente sólo puede hallarse en un réprobo. Juzgo razonable conjeturar que, gracias a un histrionismo chabacano, finge ser beato con la finalidad de requerir el auxilio fraterno, regalando misericordia del Hacedo

Diatriba contra los abogados

“El título de doctor seduce y fascina como ninguno a la familia provinciana. Ver al hijo de doctor es su más grande ilusión”. Alcides Arguedas, De cara a la realidad . - El abogado ha sido históricamente célebre. Hogaño, pese a que algunos profesionistas obran todavía sin motivaciones inmorales, su notoriedad está relacionada con la corrupción. Quizá sea un mal mundial; mas aquí, en vez de atenuarlo, lo hemos fortalecido. Una parva cantidad de bachilleres eligen la abogacía pensando en suprimir las injusticias. Usualmente, el principal anhelo del futuro jurista es patrocinar gananciosos pleitos, asesorar empresas multinacionales, defender políticos sórdidos o convertirse en un gurdo profesor. Pocos discípulos desean llegar al pináculo científico. Los desdoros gremiales son conocidos por la masa forense. La mediocridad, que domina a numerosos causídicos, no ha dejado sancionar a quienes incumplen el deber de abogar con rectitud. A veces, la infamia de esos legistas es producto de una ma

Yo, bibliófilo

No recuerdo cuándo fue la primiceria vez que tomé un libro, leí su contenido y remiré las páginas hasta memorizarlo parcialmente. Lo axiomático es que la relación apasionada con los textos jamás pudo ser interrumpida. Debido a mi afección, visitar asiduamente las librerías está prohibido; no hay peor pedigüeño que uno enfermo de bibliofilia. Ahora bien, con el propósito de ladear quiebras económicas o deudas eternales, recomiéndoles frugalidad a quienes padecen del mismo mal (toda exageración –en este caso, gula literaria- arruina el billetero). Noramala, por supuesto, para los ascendientes. El olor del libro añoso enerva mis inhibiciones comerciales; quizá sea el resultado de una perversión olfatoria. Mercar tratados que fueron publicados hace varias décadas consigue fácilmente llevarme al paroxismo. Revisando sus cuartillas, me doy cuenta de que las defectuosidades grabadas por el tiempo ilustran la obra como nadie podría lograrlo. Conocer la fechación demanda imaginar el momento en

Cronos

Por si su incultura es oceánica, les aclaro que este cuadro, llamado La persistencia de la memoria , pertenece al egregio Salvador Dalí. Como hay concernencia con el estro del blog , decidí que sea la primera imagen exhibida en mi espacio virtual. Ojalá no les provoque ningún bostezo.