El comunismo es el
entrenador de la muerte,
de la muerte del
pueblo, de la ruina.
Adolf
Hitler
Hay razones éticas,
políticas y económicas, entre otros criterios, para rechazar los planteamientos
de quienes defienden el comunismo. Por cierto, incluyo a lo que, según Marx,
sería su estadio anterior, vale decir, el socialismo. Porque, más allá de lo teórico,
su puesta en práctica ha resultado siempre un desastre. No me refiero sólo al
milagro de multiplicar pobres, sin panes ni pescados, sino también a las
cárceles y fosas que fueron engendradas por sus regímenes. Bajo sus banderas
del ataque a la propiedad privada, este planeta se llenó de muertos. Los
pregoneros del igualitarismo, tales como Lenin, Mao, Pol Pot, Castro y Abimael
Guzmán, sobresalieron a la hora de perpetrar abusos. Acoto que,
invariablemente, los acompaña el fraude ciudadano. Mucho discurso contra la
explotación del capitalismo; no obstante, cuando ellos conquistan el poder,
concentran privilegios, sin importarles la suerte del que, con candidez, creyó
en sus patrañas.
Pero
los cuestionamientos a esos desvaríos de tono izquierdista, en resumen, no son
suficientes para celebrar alianzas ni, menos aún, hermanarnos entre sus
detractores. Recordemos que, antes del ascenso de Hitler, nazis y comunistas se
peleaban con intensidad. Claro, hubo el célebre pacto germano-soviético,
gracias al cual no se agredieron por un tiempo; no obstante, volvieron
posteriormente las disputas. Lo mismo podría decirse de los fascistas, ya que,
si bien Mussolini fue miembro del Partido Socialista Italiano, abandonó esta
tienda política, promoviendo después ataques contra quienes reivindicaban esa
doctrina. Destaco que uno de los grandes autores socialistas del siglo XX,
Antonio Gramsci, fue encarcelado durante los años del Duce en el poder. De manera que, si lo único necesario fuese embestir
contra marxistas, uno debería sentirse complacido por relacionarse con aquellas
facciones antidemocráticas. No pasa esto.
Del
mismo modo que indignan las víctimas de dictaduras izquierdistas, como la
situación del abominable Nicolás Maduro, deberían afectarnos otros regímenes.
Que la libertad económica esté muy bien en Singapur, pongamos por caso, no
borra su condición de fenómeno autoritario. Sí, es verdad, no se desea allí la
dictadura del proletariado, pero tampoco preservar un orden en el cual la libertad
de prensa, por ejemplo, resulte garantizada. China es un enorme desafío para
quienes se esfuerzan en valorar positivamente a ese país. Es que, por muy
notable que haya sido su crecimiento, existe una asignatura en la cual continúa
reprobando: respeto a los derechos humanos. La dignidad del individuo tiene que
ser objeto de salvaguarda en sus distintas dimensiones. Nunca deberíamos quedar
satisfechos por una circunstancial protección de la propiedad. Es asimismo
necesario que se ampare la libertad de pensamiento, entre cuyos beneficiarios
están los partidarios del socialismo.
Tampoco
es que el anticomunismo de los conservadores me fascine. No venero la historia,
rechazando convertirme en tributario de tradiciones que pueden llevar la
peligrosa marca del nacionalismo. A propósito, el cosmopolitismo de algunos pensadores
izquierdistas, como Trotski, me resulta grato: no tengo ningún interés en la
exaltación de lo propio, del pequeño grupo al cual, por azar, uno pertenece ya
desde su llegada al mundo. Por consiguiente, aunque me jurasen que jamás se
unirán a la izquierda, yo no podría sumarme a su bando. Porque un liberal es
más que anticomunista: los enemigos de la libertad son varios; no se agotan en
esa comunidad o, si ustedes prefieren, iglesia. Interesa igualmente defendernos,
verbigracia, de autócratas que alaban la empresa privada, mas sólo para
favorecer a sus amigos. No olvidemos a los que anuncian pelear contra la
izquierda sin clemencia; empero, una vez con todo el poder imaginable, penalizan
a cualquiera de sus disidentes.
Nota pictórica. El pacto es una obra que pertenece a Demetrio Urruchúa (1902-1978).
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