Los materiales de la
política son los acontecimientos históricos, las opiniones que se han emitido
acerca de ellos y las aspiraciones ideales acerca de lo que debería ser.
Leslie
Lipson
En ocasiones, la
intensidad con que se viven los acontecimientos del presente puede
confundirnos. Esto se vuelve más probable cuando no sólo contemplamos, sino
también intervenimos en su desenvolvimiento. Esa relación directa con cada
suceso, indiscutiblemente, puede conducirnos a concluir que nos encontramos en
una situación incomparable. Nada de lo que ocurrió antes serviría para
entenderlo. Estaríamos, pues, solos en la problemática que el ejercicio del
poder nos impone. Pasa que, claro está, me refiero a la política. Esta obra
humana, tal como lo enseña Oakeshott, puede convertirse en un tormento cuando
tiene pésimos practicantes. No somos los primeros en padecer su perversión,
peor todavía si consideramos temas que nunca dejaron de acompañar a la
humanidad. Es cierto que hay aspectos positivos; sin embargo, esos nubarrones
no se desvanecen del todo.
El
poder tiene lazos con la falsedad desde tiempos remotos. Si bien Marco Aurelio,
filósofo y emperador, hablaba sobre cómo, gracias al político Claudio Máximo, aprendió
a estar lejos de la mentira, su caso debe ser considerado excepcional. Desde su
Edad Antigua hasta el presente, quienes se ocupan de gobernar tienen otras
creencias. En mayor o menor grado, su relación con la verdad no es ejemplar,
manifestándose de diferentes modos. Los demagogos, por ejemplo, recurren a la
falsedad, elogiando al electorado, fomentando ilusiones sobre cambios que jamás llegarán; empero, siguen formando parte de nuestra realidad. Además, la
intención de manipular al ciudadano, tergiversando hechos y construyendo mitos
que justifiquen su mando perpetuo, con seguridad, no ha desaparecido.
La
utilización del poder al margen de lo permitido por las leyes es otro clásico.
No es casual que la tiranía haya sido criticada desde hace más de 2.000 años, generando
reflexiones varias. Si bien existen sociedades en donde sus gobernantes se
decantan por respetar los límites que le fueron fijados, tenemos otras,
infortunadamente significativas, capaces de mostrar un panorama antitético. Sus
autoridades no creen que sea indispensable respetar derechos y garantías de los
ciudadanos. Porque, si cabe resaltar el valor de las restricciones que se
colocan a esos funcionarios, las libertades civiles y políticas deben juzgarse
fundamentales para su correcta ponderación. Así, con claridad, cada vez que un
burócrata impone su voluntad por encima del orden jurídico, aunque sea una
transgresión menor, es un agravio para todos. Lo malo es que, debido a su
frecuencia, estos abusos pueden llegar al extremo de no despertar ninguna
indignación.
Por
suerte, también a lo largo de la historia, existe algo que nunca falta: individuos dispuestos a defender la verdad y su libertad. En efecto, desde la
rebelión de los esclavos que fue protagonizada por Espartaco hasta las luchas
contra regímenes autoritarios del siglo XXI, esas valiosas personas han irrumpido.
Ellos se han opuesto al imperio de la impostura, los engaños, las simulaciones
que intentan favorecer al régimen, uno que necesita del fraude para sostener su ruin mandato. La mentira está en su esencia, por lo que cabe el permanente
cuestionamiento. Por otro lado, el rechazo al sometimiento que demanda una
obediencia irrestricta, con lo cual quedaríamos reducidos a súbditos o aun simples
cosas, ha alimentado meritorias resistencias. Ser libres ha sido la divisa de
marcada preferencia. Los hombres que se inscriben en esta última tradición son
quienes posibilitan la llegada de días mejores.
Nota pictórica. Los guerreros es una obra que pertenece a Luís Pinto-Coelho (1942-2001).
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