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Cuando un hombre lobo sale a votar

 

 

Pero esto quiere decir que nuestra vida es, por lo pronto, una fantasía, una obra de imaginación.

José Ortega y Gasset 


Debemos más de una comodidad a la imaginación; sin embargo, cabe igualmente hacerla responsable por varios problemas que nos afectan. En efecto, si revisamos la historia, podemos toparnos con dificultades que no son reales, sino tan sólo productos imaginarios. Así, nuestra mente, distanciada de la razón y perturbada por diferentes fantasías, nos coloca en una situación que no podría considerarse ideal. Se nos muestran aun enemigos, internos o externos, que son capaces de generar temores, pudiendo llevarnos a cometer grandes equivocaciones. Al respecto, nunca será suficiente destacar la importancia del libro Entre el ángel y la bestia, de Lucian Boia. En sus páginas, publicadas el año 1995, encontramos sirenas, gigantes, extraterrestres, entre otras invenciones humanas que resultarían amenazantes. Lo positivo es que, gracias al esfuerzo de muchos individuos, desde investigadores hasta maestros, esas fábulas han sido desmentidas. Por desgracia, en cualquier momento, pueden darse recaídas.

Aunque parezca propio de la Edad Media, hay gente que, actualmente, cree en el hombre lobo. Esto ha sido evidenciado en los últimos días, pues movimientos anticientíficos convencieron a personas de que, si se vacunaban contra el nuevo coronavirus, podían convertirse en esa célebre criatura. En este caso, el sistema educativo habría desnudado su fracaso. Un acercamiento básico al mundo de la zoología hubiese bastado para no aceptar esas tonterías como válidas. Debido a este problema, que, por supuesto, se relaciona con una grosera incultura, la propia vida está en juego. Una ficción, por tanto, impide que accedamos a los beneficios que trae consigo el desarrollo de la ciencia. Obviamente, esta conducta es peligrosa para quien cree en esas patrañas, pero también puede perjudicar al prójimo. Sobra decir que, mientras los crédulos se multipliquen, el resto no hallará tranquilidad.

Porque, más allá del tema de la salud, creer en el hombre lobo no parece tan calamitoso como apoyar a ciertos políticos. Yo estimaría que, frente a lo hecho por varios gobernantes del presente, no es sino una falta menor. A fin de cuentas, según su mitología, esos monstruos no conquistan el poder, tomando medidas que pueden desgraciar nuestra realidad social. Lo peor es que, aun cuando se haga conocer cuán absurdas son las propuestas de un candidato, hay electores dispuestos a respaldarlo. No interesa que haya pruebas contundentes de su inmoralidad, ignorancia u oportunismo; predomina aquí la ceguera sentimental. A un paso de parecerle verosímil la existencia del unicornio, levantan banderas, vocean cualidades inexistentes, se ofrecen para defender vehementemente su causa. Las urnas con tanta fantasía terminan amargándonos.

Con certeza, podría tolerarse más esa creencia en licántropos de cualquier índole, mayor o menor, que las terquedades ideológicas. Pasa que, en cuanto a esos sistemas de creencias, no parece haber vacuna eficaz. Podemos elaborar un catálogo infinito de absurdos, crímenes, hambrunas y fracasos originados en una ideología; empero, jamás faltarán quienes apuesten por su respaldo. Esta extraordinaria credulidad, este suceso que no deja de ser repetido en cuantiosos países, sin duda, provoca fundada desconfianza sobre la racionalidad humana. Además de falibles, que es inevitable, somos reincidentes y, peor todavía, demasiado fantasiosos. De esta manera, cuando ese mal afecta a las grandes mayorías, tanto la conquista como el ejercicio del poder se vuelven una pesadilla.


Nota pictórica. El grabado que ilustra el texto es de Lucas Cranach el Viejo.

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