Los hechos de la vida a este
respecto son en un sentido superficial evidentes y constituyen un problema de
observación corriente. El mundo en que vivimos es un mundo variable y de
incertidumbre.
Frank H. Knight
En 1944, Karl R.
Popper publicó La miseria del historicismo. Se trata de una obra cuyo
provecho es aún elevado. Pese a su brevedad, el contenido sirve para subrayar
nuestras limitaciones, atacando la soberbia que puede caracterizar al semejante.
Sucede que, conforme al criterio de dicho pensador, ninguna predicción
realizada por gente como Marx, quien aseguraba el advenimiento del comunismo,
resultaba aceptable, pues se topaba con un problema significativo: la
incertidumbre frente al futuro. En concreto, como no podíamos saber cuánto
cambiarían nuestros conocimientos, cómo sería su desarrollo, refutaciones o
complementaciones, cualquier anuncio al respecto era insostenible, nada
científico. La desgracia es que muchos sujetos se orientan según esas
profecías.
Es
cierto, no podemos saber cómo cambiará el conocimiento; con todo, eso no impide
que pensemos en lo venidero. Más aún, tal como lo ha destacado Norberto Bobbio,
entre otros filósofos, proyectamos inquietudes, aspiraciones, temores,
esperanzas: quedarnos con lo actual se torna imposible. No basta con vivir el
presente, ocuparse de los menesteres que son rutinarios o, a veces,
excepcionales; la posteridad se impone, consumiendo tiempo personal, afectando
aun las dichas del instante. Creemos que viviremos otro día, semana, mes, año,
por lo cual nos volcamos a su planificación. Pero nada garantiza que seremos
testigos de un nuevo amanecer. Tampoco sabemos lo que ocurrirá con esta
realidad, hoy conocida, mas tal vez luego profundamente alterada. No sostengo
que sea imposible vislumbrar los días venideros; resalto apenas la falta de
plena certeza.
De
acuerdo con Schopenhauer, los únicos males que deberían alarmarnos son aquéllos
cuya llegada es segura. Empero, no existe nada que tenga esa contundencia,
salvo, claro está, la muerte. Porque, allende las promesas ofrecidas por la
religión, cualquiera que sea ésta, contamos con tal certidumbre. La duda gira
en torno a cómo se producirá el fin, nuestra inevitable expiración. Por
supuesto, en circunstancias críticas, como la que una creciente enfermedad trae
consigo, podemos angustiarnos porque lo lejano, remoto, ya se vuelve cercano y
concreto. Así, ese impulso de proyectarnos hacia el futuro se topa con la
imposibilidad. Aunque ningún futuro sería ineludible, caemos en el pesimismo,
figurándonos que serán jornadas cada vez más graves. Quizá la razón, cuando es
ejercida con cierto rigor, sin ser perturbada por sentimientos o pasiones,
sirva para evitar ese desenlace.
La
regla es que, en mayor o menor medida, nos encontramos marcados por esa falta
de certezas. Forma parte de nuestra condición humana. Sin embargo, esto no debe
llevarnos a una suerte de angustia, peor todavía la desesperación. Cada margen de
incertidumbre puede ser entendido como un espacio favorable a la libertad. A
partir de allí, desde luego, podemos apostar por proyectos que, aunque parezcan
ahora poco viables, se materialicen. Si esto es válido a nivel individual,
resultaría igualmente factible desde una perspectiva social. Desconocer, en
suma, qué nos traerá lo venidero, cuán difícil será la satisfacción de
necesidades materiales, las crisis económicas, ecológicas, biológicas, entre
otros factores, puede ser una invitación al optimismo. No estamos condenados a
ninguna tragedia. No digo que nunca podría ser peor; dependerá de nosotros,
nuestra voluntad e inteligencia, así como también cooperación y entusiasmo, el lograr
un mañana en donde haya sitio para una mejor convivencia.
Nota pictórica. Futuro es una obra que pertenece a Nikolay Petrovich Bogdanov-Belsk (1868-1945).
Comentarios