La sabiduría no consiste en sólo
conocer verdades fundamentales, si éstas no están conectadas con guiar la vida
o con una perspectiva de su significación.
Robert Nozick
Según lo expuesto
por el filósofo Luis Carranza Siles, la educación debe conducir al hombre a
situaciones de superioridad. En otras palabras, gracias a la formación que
reciba, los conocimientos adquiridos, las destrezas afinadas con el paso del
tiempo, se lograría un progreso individual. Se trata, pues, de vencer
obstáculos cada vez mayores, los cuales dejan notar lo complejo del mundo que
nos rodea. Es un propósito que puede ser llevado a cabo, o, al menos,
intentado, cuando existe buena voluntad, entusiasmo y, desde luego, disciplina,
tres virtudes estudiantiles. Pero también, como es sabido, podríamos permanecer
en la más radical ignorancia, desdeñando cualquier relación con el universo del
saber. En este último caso, el precio a pagar es nuestro estancamiento. Siendo
dinámica la vida, una paralización de esta índole se constituye en un hecho tan
antinatural cuanto repudiable.
Todo
profesor debe tener como punto de orientación ese fin educativo. Sus
enseñanzas, provocaciones e impulsos al prójimo tendrían que servir para
respaldar tal avance de orden individual. No me refiero, sin embargo, en esta oportunidad,
a los problemas de cada sector del conocimiento que conciernan al educador
correspondiente. Pienso en desafíos que van más allá de los manuales
académicos. Está claro que preocuparse para entender estos recursos didácticos
resulta importante; plantear su inutilidad es absurdo. Mi punto es que, además
de facilitar el contacto con doctrinas, deberíamos igualmente prepararnos para
enfrentar los retos ligados a nuestra propia existencia. No sólo esto, puesto
que cabe asimismo advertir sus efectos en cuanto a los temas de convivencia. Así,
cuando un docente procura sentirse complacido por el trabajo que ha efectuado,
debe preguntarse si sus estudiantes están listos para lidiar con esos retos.
Toda
crisis puede ser entendida como la ocasión adecuada para poner en práctica el
principio de autocrítica. Si pensamos en los educadores, este cuestionamiento
interno pasa por reflexionar sobre ciertas capacidades del alumnado en el arte
de vivir y convivir. Conforme a esta línea, si, por ejemplo, el universitario
ha pasado su tiempo de ocio, los descansos forzados debido a las circunstancias
del presente, sin pensar para nada en sí mismo, sus proyectos e inquietudes, no
podría concluirse que resultó favorecido con el sistema educativo. Yo sé que no
toda la carga debe ser asumida por los profesores; al final, el apego a esos
ejercicios reflexivos puede llegar junto con el trato familiar o, en varios
casos, una inclinación independiente. Con todo, no es exagerado exigir que,
dentro del conjunto de móviles pedagógicos, haya sitio para ese cometido.
Si
hay franqueza, lo más seguro es que se reconozcan considerables falencias
cuando nos interrogamos en torno a la educación impartida actualmente. Subrayo
que, al margen de los campos específicos de asignaturas, módulos, carreras, hago
mención a esa formación que permite algo tan básico, pero fundamental, como
vivir mejor, es decir, usando la razón, apostando por el cuestionamiento, las
dudas. Cuando un régimen educativo no ha sido capaz de contribuir a despertar
el interés por pensar y conocer, su fracaso es evidente. No será útil al
estudiante en momentos ordinarios, cotidianos, ni, peor aún, cuando enfrente
crisis de gran envergadura. No es casual que noticias falsas, sofismas,
falacias e incontables absurdos inunden redes sociales con generosa impunidad.
Es hora de que cada uno cargue con su culpa.
Nota pictórica. Un profesor visitando la aldea es una
obra que pertenece a Vladimir Makovsky (1846-1920).
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