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¿Por qué necesitamos de la política?




Toda acción política comporta una propensión hacia el conocimiento del bien: de la vida buena o de la buena sociedad; porque la sociedad buena es la expresión completa del bien político.
Leo Strauss

Según Fernando Savater, la ética se caracteriza por representar aquello que está en nuestras manos. Efectivamente, para definir qué debemos entender por bueno o malo, en última instancia, dependemos de nosotros mismos. Somos quienes nos convertimos en jueces independientes, inapelables, supremos, sin los cuales ningún veredicto al respecto resulta contundente. En este sentido, cada uno verá cómo realizar ese arte de vivir, ya que existen diversos criterios para orientarnos al ejercer la libertad. Podemos recurrir a la razón, las emociones o los instintos, por ejemplo, para establecer cuándo un acto merecería nuestra reprobación. Se puede discutir sobre la medida que usemos; empero, su elección responderá sólo a una decisión personal. Huelga decir que, si reconocemos tal nivel de autonomía, debemos asumir las consecuencias causadas por cualquier determinación propia.
Esa soberanía individual pierde fuerza cuando reconocemos nuestras limitaciones. Sucede que, aunque haya gente persuadida de lo contrario, no somos omnipotentes. Tenemos una serie de necesidades que, para ser satisfechas, nos impone la vida en común. Somos sociables porque, de otra manera, no tendríamos cómo afrontar esos requerimientos del cuerpo y espíritu. Sin un agricultor, pongamos por caso, moriríamos de hambre, salvo que seamos autosuficientes en ese campo. Ahora bien, esto nos obliga a pensar ya no sólo en cómo vivir mejor; tenemos el deber ineludible de convivir. Esto implica que nos pongamos de acuerdo con otros individuos, procurando resolver problemas comunes. Destaco lo último porque todo aquello que genere interés únicamente para una persona podrá ser relevante, pero no correspondería su presentación como político. Allí se lidia con asuntos públicos, los que nunca son fáciles de tratar.
Mientras el conflicto tenga presencia en las sociedades humanas, necesitaremos de la política. Es el modo de lidiar con un panorama que se halla inevitablemente marcado por las diferencias, sean éstas económicas o culturales, entre otras. En un escenario como éste, alimentado por las creencias de cada uno, no cabe sino buscar posturas en común. El consenso será, por ende, un concepto que se relaciona con las bondades del ámbito político. Gracias a su acción, encontraremos los puntos intermedios que se precisan para establecer las condiciones requeridas a fin de tener una convivencia razonable. Nos ofrece, pues, la posibilidad de una gran mediación, evitando los extremos, resistiéndose a las imposiciones unilaterales. Tal como Pierre Manent lo ha expuesto, ésta es una función central que desempeña para beneficio de nuestra convivencia.
Por supuesto, la política sirve para dilucidar las relaciones entre gobernantes y ciudadanos. Seremos quienes, merced a su puesta en práctica, procuremos la organización del poder. Será indispensable con el objetivo de responder un interrogante tan básico cuanto infaltable, a saber: ¿quién debería gobernar? No necesito remarcar que, hasta hoy, continúa siendo una pregunta de genuina complejidad. Podríamos escoger entre los mejores, las personas más preparadas, o limitarnos a encumbrar al que tenga mayor popularidad, sin importar su formación. En cualquier caso, somos nosotros, no los dioses u otras criaturas, reales o fantásticas, quienes tenemos la carga de contestarla. Porque no es un asunto que atañe a otras inteligencias ni voluntades. Aunque pueda amargarnos, es producto del actuar humano y en donde tendría que sentirse nuestra inclinación al bien.

Nota pictórica. En el tren es una obra que pertenece a Johan Axel Gustav Acke (1859-1924).

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