El que mata o tortura sólo conoce una sombra en
su victoria: no puede sentirse inocente. Necesita, pues, crear la culpabilidad
en la víctima misma para que, en un mundo sin dirección, la culpabilidad
general no legitime más que el ejercicio de la fuerza, no consagre más que el
éxito.
Albert
Camus
Después de terribles hechos, puede haber sitio para la meditación. Aludo
al momento en el cual, agotada la furia, resulta viable llevar a cabo una
reflexión tan esclarecida cuanto crítica. Mejor aún, en ese contexto, nada más
razonable que cuestionar nuestro propio proceder. Fue lo que, por ejemplo, sucedió
con el filósofo Karl Jaspers cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, escribió
sobre cuán culpables eran los alemanes. No se trataba de hacer responsables a
todos sus compatriotas, puesto que era exagerado. El punto era pensar en
distintos tipos de carga. Porque, si bien Hitler y sus secuaces merecían la
principal condena, había más gente involucrada en esa locura violenta que fue
el nazismo. Teníamos, pues, aportes que, consciente o involuntariamente, habían
efectuado otros actores, incluso un ciudadano cualquiera, pero, al final,
relevante para sumar al respecto.
Un ejercicio de autocrítica como el que Jaspers
propició es posible entre bolivianos. No ignoro el supremo grado de
culpabilidad que tienen Morales Ayma, sus colaboradores y militantes. Si se
tiene que hallar a los mayores responsables, corresponde acusarlos. Fueron
quienes irrespetaron leyes, pisotearon derechos, malgastaron enormes recursos y
convirtieron a la corrupción en una práctica harto común. Sin embargo, el
levantamiento del régimen tiránico no se produjo de manera súbita. En efecto,
para su establecimiento, fue necesario que pasara tiempo, lapso durante el cual
cuantiosas personas aportaron a fin de tener esa consecuencia. Estoy seguro de
que no lo hacían para conseguirlo, mas ayudaron a esa causa. Así, actitudes,
conductas, que podrían caracterizar a la mayoría, sirven para explicar ese
fenómeno.
Pienso en las persecuciones judiciales que el anterior
régimen perpetró. Porque no se trata de un hecho inaudito, al menos en lo
referente a las arbitrariedades. La regla en los procesos es toparse con
juzgadores, fiscales y demás funcionarios a quienes cumplir las normas vigentes
no les parece siempre necesario. Lo saben ellos, pero también es tolerado por
gran parte de la ciudadanía. No descubro nada nuevo al destacar que, si el
problema de la corrupción es tan grande, se debe a que nos encontramos ante una
cuestión cultural. La fragilidad de nuestras instituciones, provocada por los
que ya se conformaron con su dinámica, fue útil para gestar el oprobio del MAS.
Si hubiésemos contado con ciudadanos exigentes con sus autoridades, desde el
nivel más bajo hasta las esferas superiores, quizá no habríamos llegado a ese ingrato
desenlace.
Igualmente, creo que cabe reconocer una endeble
cultura democrática. Como haber abatido a una tiranía no es un asunto menor, sentimos
que somos campeones de las luchas ciudadanas; tendríamos una esencia superior
al resto. No obstante, la conclusión puede ser engañosa. Si somos tan geniales,
¿cómo permitimos que se cometieran cuantiosos abusos y durante largo tiempo? Es
que las tropelías del oficialismo plurinacional no se iniciaron en 2019.
Cualquier hombre más o menos conocedor del Estado de Derecho, las reglas que
limitan al poder gubernamental, alguna idea relacionada con el bien, entre
otros asuntos, ya se habría percatado del perjudicial proyecto político. El
tema es que sus medidas de barbarie y oscurantismo no molestaban demasiado. Tal
vez nos fastidiaron sólo cuando se cometieron actos muy desvergonzados, porque
habrían rebasado los límites de nuestra incivilidad. Aunque incomode, conviene
meditar sobre esa clase de responsabilidades.
Nota pictórica. El escape del pájaro
es una obra que pertenece a Willem van Mieris (1662-1747).
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