La tiranía es, indefectiblemente, el peor de todos los males, el mayor maleficio que puede afligir a una sociedad.
Jorge L. García Venturini
Aun cuando no sirva de consuelo, aclaro que nunca lo consideré una persona confiable, peor todavía digna del apoyo en las urnas. Desde sus tiempos en la oposición, cuando bloqueaba caminos, agrediendo a policías, militares, pero también al ciudadano que sólo quería trabajar, su actitud no era sino incompatible con el orden democrático. Sus demandas tenían el infaltable sello de la intransigencia y, además, las prácticas violentas. No le importaba cuánto daño se causaba para obtener ciertas ventajas en favor del grupúsculo que representaba, los productores de hoja de coca, elemento indispensable para elaborar cocaína. Yo sé que dicha planta puede tener usos lícitos; sin embargo, los sembradíos excedentarios, patrocinados por sus luchas, cuentan con otro destino. Resumiéndolo, ya cuando irrumpía en la esfera política, no parecía ofrecernos un cambio que sirva para mejorar el, a menudo, difícil panorama de Bolivia. Con todo, esto no significa que, por sus cualidades, el acceso al poder le fuese imposible; al contrario, cuando, como en este país, se suele amar a los grandes hombres y sentir poco aprecio por las instituciones republicanas, su ascenso era tan viable cuanto, con crisis de por medio, seguro.
Su
ejercicio del poder no ha sido reacio al uso irregular de la fuerza. Prometió
que no habría ningún muerto en su Gobierno; al presente, lleva numerosos, a
nivel nacional, caídos cuando se movilizaban contra sus medidas. Más aún, el año
2009, en el hotel Las Américas, se produjeron tres ejecuciones extrajudiciales,
tal como lo evidenciaron informes médico-forenses del extranjero. Tal vez uno
de los mayores ejemplos se dé gracias a un viceministro, Rodolfo Illanes, quien,
en 2016, prácticamente, sin mayores recaudos, fue enviado a la muerte
porque, así, se desencadenaba una represión para terminar con un reclamo de
mineros cooperativistas. Por supuesto, cuando no emplean esos medios, puede
utilizarse a la corrupta justicia para multiplicar procesos contra opositores.
No es casual que su régimen tenga centenares de exiliados, amparados por varios
países; salvo excepciones, jueces, fiscales y policías se han sumado a ese
tenebroso cometido. Al final, conforme a lo que él mismo reconoció, las leyes no
le importan en absoluto, ya que prima su voluntad. Los abogados, recordémoslo de
nuevo, según su criterio, habrían estudiado para legalizar sus abusos.
Por
otro lado, su Gobierno, que ya lleva trece años, ha sido una fuente inagotable
de corrupción. Por desgracia, la indecencia en el manejo de los recursos
públicos jamás fue una curiosidad, un hecho aislado, ni mucho menos; empero,
con su partido, los latrocinios sobrepasaron nuestra imaginación. Desde un funcionario del banco estatal que, como si nada, viajaba con sus amigos en avión al
extranjero, así como también regalaba un auto de lujo a su novia, hasta el
derroche del Fondo Indígena. Destaco esto último porque, en diversas ocasiones,
se sostuvo que Morales Ayma representaba a una especie de moralidad superior,
por el hecho de ser originario (aunque, como se sabe, ni siquiera habla un
idioma nativo); sin embargo, al manejar proyectos millonarios, muchos no
tuvieron problema en aumentar su patrimonio, reflejando idéntica o peor
inclinación al desfalco que cualquier blanco, mestizo o lo que fuese. Acoto
que, en materia económica, no hubo solamente esas rapacerías, sino asimismo
derroche, gastos demagógicos, bonos e innúmeras canchas de fútbol: una
verdadera ofensa a quienes plantean la necesidad de gobernar con sensatez.
Naturalmente,
lo que provoca hoy más indignación, aunque no sorpresa, se relaciona
con su desprecio al voto. En efecto, Juan Evo Morales Ayma se ha jactado, gritándolo
a voz en cuello, de “gobernar obedeciendo al pueblo”. Mas todo ha quedado en
sus largos e infértiles discursos. En un referendo del año 2016, con
claridad, la mayoría de los ciudadanos se manifestaron contra su reelección.
Había distintas razones para ello; no obstante, su propia Constitución, vigente
desde 2009, lo estableció de esa forma. ¿Obedeció el mandato de su
soberano? No, recurrió a jueces serviles para que se le reconociera un absurdo “derecho
humano” a ser candidato sin ninguna limitación de mandatos. Así las cosas, no
asombra que, en estas últimas elecciones, una vez más, se burle de la
ciudadanía, imponga un fraudulento recuento de votos y, sin la menor vergüenza,
pretenda privarnos de la segunda vuelta. Quiere hacer, pues, lo que le plazca.
El problema es que no todos están dispuestos a contemplar su enésimo ataque y
no hacer nada para remediarlo. Yo estimo que, por primera vez en mucho tiempo,
su tiranía se topará con un obstáculo inamovible. Abrigo la esperanza de que
sea el inicio de su necesario fin. Es el mandato que toda persona de bien, como
Tomás de Aquino y John Locke lo defendieron en la historia del pensamiento,
debe asumir frente a estos regímenes.
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