Efectivamente, uno de
los aspectos de lo que podría llamarse la crisis de las democracias modernas es
que, en nuestro Estado de Derecho, los ciudadanos consideran que cada vez
tienen más derechos y menos deberes frente a la colectividad.
Jean-François
Revel
Cuando, como lo hizo Kant, nos preguntamos acerca de
qué debemos hacer, las alternativas son varias. Siguiendo a Epicuro, podríamos pensar
en el placer, considerándolo un criterio determinante para orientar nuestras actuaciones.
Asimismo, observando enseñanzas de los estoicos, se podría tener una vida
virtuosa, lo cual implicaría obrar según la naturaleza, evitando toda
disconformidad sobre desgracias o fortunas. Son apenas dos de las distintas
ideas que se han formulado; desde la Edad Antigua hasta hoy, estos debates no
merecen conclusión. En cualquier caso, me interesa destacar una última opción.
Aludo a una conocida escuela de filosofía que fue fundada por Jeremy Bentham,
el utilitarismo. Lo señalo porque, más allá del significado que se le asigna en
términos doctrinarios, hay una palabra capital, utilidad, capaz de ayudarnos a
tomar decisiones.
En la lógica ya expuesta, el interrogante central
tiene que ver con si servimos o no a una causa específica. Por supuesto, no es
lo mismo pensar en ser útiles para nuestra vida individual, familiar o
profesional, verbigracia, que hacerlo desde un punto de vista ciudadano. Sucede
que esta condición de individuo con derechos políticos, conseguida tras
numerosas luchas, debería hacernos reflexionar sobre cuánto aportamos a una
convivencia más o menos civil. Se lo advierte porque hay personas sin ningún
interés de contribuir al mantenimiento del sistema que habría sido instalado para
nuestro beneficio. Es que, aunque se nos ofrezca, en caso de agresión, la
protección a nuestras libertades, las normas que lo establecen pueden sernos
indiferentes. Peor todavía, algunos sujetos, además de caracterizarse por
despreciar lo referente a ese orden institucional, podrían militar en su
contra. Hablo de quienes son tan inútiles cuanto peligrosos.
El ciudadano que no se preocupa por los problemas
sociales, cuestionando decisiones del gobernante, pero también promoviendo, en
la medida de sus capacidades, soluciones, podría ser presentado como inútil. No
ayuda, pues, en absoluto, a encontrar una mejor manera de convivir. No se
demanda que cada minuto sea consagrado a estos menesteres. Sería una soberana
estupidez que, teniendo tantas otras dimensiones, nuestra vida fuese reducida a
esa única parcela. Lo que parecería condenable es su desdén, creyendo en la
imposibilidad de ser afectado por las medidas gubernamentales. La historia está
recargada de casos en los que apáticos, tibios y cobardes fueron víctimas del
poder. De modo que se exige nuestra vigilancia, mas igualmente un ejercicio
reflexivo, así sea sensato, de los derechos. No basta con reclamar por el
sufragio; debemos estar a la altura del desafío, usando nuestro cerebro para
elegir sin ser marionetas de nadie.
Los electores que votan bajo el impulso de antipatías,
prejuicios, rencores o hasta envidias, por citar algunos supuestos, cuentan con
aquel vicio en cuestión, la inutilidad. No es suficiente con levantarse del
lecho, soportar las demoras de una cola y sufragar. El cumplimiento de esta
labor tiene que ser acompañado por una tarea informativa, investigativa, aun
crítica. La elección desprovista de conocimientos sobre propuestas, programas,
verosimilitudes o ilusiones que desencadenan los candidatos no justifica
ninguna celebración. Lejos de fortalecer la cultura democrática, pueden
perjudicarla, puesto que su participación como votantes nos hace creer en un
meritorio compromiso del ciudadano. Suponemos que hay convicción en donde sólo
existe desgano.
Nota pictórica. Chica
con el codo apoyado es una obra que pertenece a Chaïm Soutine
(1893-1943).
Comentarios