Quienes se definen
por la no relación y consideran que el adversario es la sociedad en su conjunto
a través de su aparato institucional no pueden ser actores centrales de la
sociedad ni de su historia.
Alain Touraine
Al prologar
la segunda edición de su libro El mundo
como voluntad y representación, Schopenhauer evidencia gran desconfianza
con respecto al destino inmediato del volumen. Indicó entonces que, como todo
lo bueno, su trabajo tardaría en ser reconocido. El valor de sus páginas resultaba
indiscutible; sin embargo, los hombres con capacidad para apreciar lo bueno y
verdadero eran escasos, por lo cual no había esperanzas en cuanto al presente.
Había que ilusionarse con lo venidero, pues, así sea a largo plazo, los
aciertos serían valorados como corresponde. Mientras tanto, ser excluido de los
círculos oficiales, apartado del lugar en donde se consagran las verdades con
bendición institucional, incluso resistido sin la menor delicadeza ni
motivación, podía entenderse como algo meritorio. La periferia de hoy podría
ser el justo centro del mañana.
El
problema es que ninguna marginación garantiza la calidad superior de quien está
padeciéndola. Efectivamente, un filósofo, narrador o poeta puede quedar al
margen de los grupos en que se marcarían las líneas a seguir. Se lo privaría de
que su voz fuese tomada allí en cuenta. Si reivindicáramos el principio de
igualdad, esto parecería injusto. Con todo, quizá la situación sea producto de
sus insuficiencias. Porque, a veces, los obstáculos para conquistar la cumbre se
originan en nuestras fallas. De modo que, al analizar cada caso, debería
considerarse tal posibilidad para no incurrir en acusaciones infundadas. Es
cierto que pueden cometerse injusticias, despreciando a un sujeto, impidiéndole
tomar parte de razonamientos y deliberaciones fundamentales. Es más, esto ha
ocurrido con indignante frecuencia. Pero es también posible que seamos los únicos
responsables de aquello.
Como
se sabe, no hay únicamente marginados en el campo intelectual. De hecho, para
mucha gente, su caso sería poco significativo. Al final, las quejas de un
escritor bohemio, irritado por el maltrato que le infligen editores, libreros
y lectores, no equivale a una calamidad. Por el contrario, desde una
perspectiva mayoritaria, el criterio cambia cuando se muestran otros ejemplos.
Pasa que, si pensamos en pobres, delincuentes, enajenados o drogadictos, entre
otros, el panorama varía. En esta realidad, la marginación se nos presenta como
un mal que justifica nuestro repudio. Un buen número de individuos sentirá
conmiseración, exigiendo soluciones prontas a quienes, según su enfoque,
deberían responder por esas iniquidades. Se llega a creer que son víctimas de
un orden concebido para perennizar su opresión. Huelga decir que, a menudo, una
sindicación como ésta tiene mucho de imaginaria.
Lo
peor no es que nos equivoquemos en las causas de tal marginalidad. Sucede que,
aun cuando erremos, buscaríamos cambiar esa condición. El mayor peligro es que
se glorifique la situación del marginado por el simple hecho de serlo. De
manera que un presunto paria del sistema, indigente o aun presidiario,
verbigracia, no merecería ninguna reprobación. Ellos serían una suerte de
verdadera reserva moral, los que podrían salvarnos del daño causado por las
excluyentes reglas del presente. La objeción es que esta lógica puede ser falsa.
Ocurre que esa gente no sufre siempre por efecto de un régimen ilegítimo,
insensible ante sus inquietudes y pesares; en ocasiones, se debe a debilidades,
hasta ineptitudes propias. Por lo tanto, correríamos el riesgo de reconocer
como virtuosa una conducta que, tal vez, profundizando en la cuestión tratada,
sea tan solo un vicio.
Nota
pictórica. La pobreza en medio de la
abundancia es una obra que pertenece a Gerard Sekoto (1913-1993).
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