…la pseudociencia es
en gran parte incontrastable, porque tiende a interpretar todos los datos de
modo que sus tesis queden confirmadas ocurra lo que ocurra; el
pseudocientífico, igual que el pescador, exagera sus presas y oculta o disculpa
todos sus fracasos.
Mario Bunge
Gracias
a Francis Bacon, entre otros mortales, la ciencia moderna se asocia con el
experimento, las observaciones, los hechos que deben explicarse sin apelar al
argumento especulativo. Se creía entonces, en el siglo XVII, que era ésa la vía
idónea para conseguir verdades y, por tanto, alejarnos del error. Mas pasó el
tiempo y resultó que los científicos no debían aspirar a obtener esas respuestas
definitivas, sino buscar algo más modesto: conjeturas. En efecto, con acierto,
Popper sostuvo que una teoría científica era esencialmente falsable, vale
decir, debía ofrecer la posibilidad de ser refutada. Así, la consideraríamos
válida, pero sólo hasta que otro demostrara nuestro desatino. El desarrollo del
conocimiento científico es, pues, un proceso de conjeturas y refutaciones que
sirve para corregir nuestras equivocaciones en distintos campos, incluyendo la
política.
Para
que dicha concepción de la ciencia opere correctamente, debe haber honradez
intelectual. Por más fascinante que sea nuestra teoría, debemos ser conscientes
de su posible refutación. Esto no quiere decir que dejemos de lado su defensa;
por lo contrario, es válido lanzar los mejores alegatos para reivindicarla. El
punto es que, si, al final, la razón torna evidente su derrota frente a cualquier
otra tesis, cabe aceptarlo. No sería ético si, en lugar de reconocer nuestra
inferioridad argumentativa, inventáramos nuevos criterios para sobreponernos a
los ya rebatidos. Pretendemos aproximarnos a la verdad; no estamos condenados al
patrocinio de una postura determinada. Además, uno debe sentir gratitud hacia
quienes lo han distanciado del error.
Es
cierto que las teorías científicas pueden someterse a refutación, sin tener la
posibilidad de oponerse a nuevas pruebas. Sin embargo, por las demostraciones
que ya se hicieron, contamos con explicaciones bastante solventes. Hay una que
resulta elemental, cuya síntesis parece obvia: la Tierra es redonda. Empero, pese
a las evidencias proporcionadas por fotografías tomadas desde el espacio, para
no citar más pruebas, existen personas en cuya opinión este planeta es plano. Habría
una conspiración que ocasiona la multitudinaria equivocación. Ellos tendrían la
única verdad, aunque, por supuesto, ninguna de sus premisas hubiera sido
acreditada como corresponde. Porque, vale la pena resaltarlo, hablan de razones
que apoyarían su postura, relegando las explicaciones místicas o de otra
naturaleza. Piensan que todos los demás viven encadenados a un funesto engaño.
Con
todo, los terraplanistas no son el único caso. Es más, frente al segundo fenómeno
que se apuntará, lo de ellos sería una chiquillada. Sucede que, desde el siglo
XIX hasta nuestros días, hay gente persuadida de la inevitable llegada del
socialismo. Confían en que sus afirmaciones tienen rigor científico; no
obstante, ninguna predicción les ha salido victoriosa. Refutándolos en la
práctica, el capitalismo no fue víctima de sus propias contradicciones; sigue
vivo y triunfante en casi todo el mundo. Por otro lado, tampoco se pudo
instaurar un reino de la igualdad, donde los comunistas levantaran su Estado
ideal. Lo que hubo fue una casta privilegiada, burócratas a quienes las
preferencias les parecían justificadas. Lo peor es que, aunque haya caído la
Unión Soviética, aun cuando Venezuela y otros países con signo socialista
fracasen, nada sirve para refutar su tesis. Porque, para estos sujetos, el
mundo será socialista, necesariamente. Y quizá lo sea... ¡cuando la Tierra se
vuelva plana!
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