A
Lucas
Pero la absoluta
simplicidad, claridad y sinceridad de su discurso me impresionaron sobremanera.
Karl R. Popper
En su
ensayo sobre don Eugenio d'Ors, López Aranguren subraya cuán importante resulta
la vida para entender las ideas. En su criterio, las reflexiones llevadas a
cabo por un filósofo no son sino autobiografía. En este sentido, su existencia
sirve para explicar preocupaciones de orden intelectual, pero asimismo utopías,
planes favorables a la llegada del más impecable futuro. Es cierto que podemos
prescindir de datos relacionados con su infancia, juventud, vejez, sin afectar
severamente la comprensión del ideario personal; no obstante, tal vez los
conceptos, teorías, problemas y sistemas, obrando así, nos dejen algún asunto
pendiente, alguna inquietud irresoluta. Porque, sin duda, cuando tomamos
conocimiento de las vicisitudes atravesadas por un hombre, sus posturas e
interpelaciones pueden parecernos más razonables, facilitando la valoración
efectuada al respecto. Un ejemplo que contribuye a ilustrar esta cuestión es el
de la paternidad.
La
lista de pensadores que no tuvieron hijos es amplia. Desde Platón, pasando
por Hume, hasta Nietzsche, encontramos individuos que agotaron sus días sin
contar con esos lazos. Esto no significa que quienes tuvieron tal condición
hayan aborrecido a niños, adolescentes o incluso al propio padre. No todos
fueron víctimas de un progenitor como el que tuvo Kafka. Sí hubo reclamos al
ascendiente, como en John Stuart Mill, por haberlo formado sin dar interés a
los sentimientos, imperando sólo las labores intelectuales. Quizá, en su caso,
hablar griego y latín antes de abandonar la niñez no debía haberse considerado
prioritario. Como sea, una vida sin hijos ni, menos aún, mujer no impidió
apreciar al hombre que los procreó. Yo recuerdo que Onfray, hedonista y
libertario, inicia un libro de ontología, Cosmos,
evocando al padre, quien lo tuvo a los 38 años y, mientras caminaba una noche
con él, murió en sus brazos.
Por
supuesto, la procreación es insuficiente para dar al filósofo el componente
necesario a fin de que su paternidad sea también fructífera desde una perspectiva
reflexiva. Rousseau es la muestra de mayor claridad en esta materia. Pasa que
el detractor de la sociedad, quien se lamentaba porque ésta nos había
perjudicado, acabando con nuestro estado natural, donde, según él, éramos
felices, no fue un padre digno del encomio. Tuvo cinco hijos y, sin excepción,
los envió al orfanato. El precursor del romanticismo podía pontificar sobre sensibilidad,
emociones; empero, en los hechos, procedió de modo incoherente. Acoto que su
pareja, siempre clandestina, fue una empleada analfabeta, Thérèse Levasseur, a quien nunca dio un trato afectivo.
Otros
padres pueden exponer como muestra de sacrificio en favor del hijo el tiempo
dedicado a negocios y placeres varios, desde deportes hasta reuniones festivas.
Respecto a la situación del filósofo, se suman los momentos que parecían
propicios para razonar, escribir y aun discutir. Se prefiere, pues, el
ejercicio de la paternidad, encontrando que ésta es igualmente importante para
contar con una vida satisfactoria. Pienso en Bunge, ya que, tal como cuenta su
actual esposa, Marta, durante la formación de sus hijos, él escogía trabajos en
lugares donde ellos recibirían una mejor educación. Colocándose en segundo
lugar, se rebelaba contra la vanidad y el egocentrismo de quienes suponen que
su existencia es lo único significativo. Por fortuna, hombres como él hacen que
la imagen del razonador frío e insolidario sea desestimada. Hay otras maneras
de vivir juntos la filosofía.
Nota
pictórica. Bebé bretón es una obra de
Mortimer Luddington Menpes (1855–1938).
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