Los temas de este gran autor
hispánico son el yo y el otro, el destino individual y el destino histórico
visto como destino compartido.
Carlos Fuentes
Para Sartre, un
hombre no es sino la suma de sus actos. Podríamos añadir ideas, así como
ensueños o incluso pasiones, puesto que son igualmente necesarios para definirnos.
No obstante, entre todos estos factores, el peso de la experiencia es mayor. Porque
los hechos que una persona realiza son indispensables para su entendimiento. Se
trata de una reflexión que puede ser empleada en cualquier caso, aun cuando nos
topemos con quienes sienten predilección por las ficciones.
Si,
más allá de los razonamientos personales, son nuestras vivencias las que sirven
para definirnos, todo autor debe ser sometido a este escrutinio. Sucede que, en
estos casos, encontraremos a sujetos capaces de forjar una obra en la cual sus
experiencias tendrán preponderancia. Esto no quiere decir que se desprecie su
capacidad imaginativa. Subrayo apenas el necesario valor que se debe conceder a
estos acontecimientos individuales cuando procuramos la comprensión de una
obra. Es lo que corresponde al pensar, por ejemplo, en André Malraux, cuya vida
casi se volvió una leyenda, y Augusto Roa Bastos, poeta, novelista, ensayista,
dramaturgo, nacido hace poco más de 100 años, el 13 de junio de 1917.
Entre letras y violencia
Aunque asunceño, Roa
Bastos vivió parte de su infancia en Iturbe, abandonando esa población el año
1925, cuando ya no podía continuar allí su educación. Una vez llegado a la
capital, es guiado y protegido por un tío que era religioso, el monseñor
Hermenegildo Roa. Este familiar fue muy valioso, ya que le permitió tomar
conocimiento de diferentes libros, sin imponerle ninguna censura, nutriendo una
preferencia por las letras que surgió gracias a su madre. Apunto que su primer
texto fue una pieza teatral, La carcajada,
compuesta por inquietud de su progenitora en 1930.
Pero
el placer de los libros y otras actividades culturales fue interrumpido por la
violencia. Contando dieciséis años, optó por ir a la Guerra del Chaco. Según
él, estuvo en el peor lugar posible: la retaguardia. Fue aceptado como auxiliar
de enfermería. En ese puesto, la grandeza de los hombres mostraba sus miserias.
Es que, como pasaba con varias personas, los combatientes podían ser impulsados
por el móvil de alcanzar la gloria; sin embargo, a veces, el destino era
demasiado mezquino. No se tenía a míticos guerreros; él trataba con simples
mortales, afectados por el cansancio, las enfermedades y, peor aún, una
impactante sed. Tal como lo han precisado escritores bolivianos, destacándose
Augusto Céspedes y su cuento «El pozo», ese fue un descomunal enemigo para los
dos bandos. Nuestro autor lo expone, de modo magistral, en un capítulo de Hijo de hombre, novela del año 1960. Respecto
a conflagraciones, acoto que, en la Segunda Guerra Mundial, viajó a Europa en
condición de periodista, llegando a publicar un libro que recoge sus
impresiones y entrevistas, La Inglaterra
que yo vi.
Las huidas del terror
Desde la primera
juventud, nuestro escritor no tuvo problemas en el establecimiento de vínculos
sociales. Era un hombre que no rehuía esos círculos, más aún literarios, tanto
nacionales como cosmopolitas. En Paraguay, integró el grupo Vy'a raity. Llegó a ser amigo de
Guillermo Francovich, entre otros intelectuales que se hallaban en su país. A
propósito, en 1943, comentó un libro, Pachamama,
que había sido escrito por ese filósofo. Con todo, sus labores no estaban
exentas de repercusiones políticas. No era un panfletista ni mucho menos;
ejercía el periodismo de forma responsable, objetiva, lo cual no agradó al régmen
vigente. Por esta razón, para evitar mayores represalias, tuvo que salir al
extranjero en 1947. Se afincó en Argentina. Comenzaría así un largo periodo de
ausencia, con pocas interrupciones, que terminaría cuando, casi medio siglo
después, volvió a residir donde había nacido.
El
aumento de su prestigio internacional le permite algunas satisfacciones. Vuelve
a Paraguay en 1970, pero, por no variar sus opiniones, se impone nuevamente la
salida. Lo sindicaron de ser un revolucionario marxista. Por cierto, como pasó
con muchos intelectuales de la época, Roa Bastos leyó a Marx y Freud. En este
punto, acentúo la coincidencia con Erich Fromm, quien se preocupó por propugnar
un humanismo que, así sea de manera indirecta, tiene en los libros del autor
paraguayo a un lúcido exponente. Cabe aclarar que, si bien no se reconocía como
intelectual comprometido, preconizó la imposibilidad de vivir sin ideología.
1974
será un año significativo, pues aparecerá Yo
el Supremo, una obra que discurre sobre Gaspar Rodríguez de Francia, quien
rigió los destinos de Paraguay entre 1814 y 1840. Hasta ese momento, no existía
ningún trabajo biográfico al respecto, lo que impuso a Roa Bastos la obligación
de abrir sendas investigativas. El volumen será su aporte a la comprensión del
poder absoluto y sus ejecutores, un fenómeno que tiene todavía presencia en
Latinoamérica. No era una novela que agrade a regímenes autoritarios. Por este
motivo, acaecido el golpe de 1976, abandona Buenos Aires y se establece en
Toulouse, Francia. Desde entonces, impartirá clases de literatura y guaraní en
su campus.
Compromiso cívico-cultural
Roa Bastos fue
partidario de la democracia. Planteó asimismo que sus compatriotas terminasen
con la extensa dictadura de Stroessner, aunque sin grandes penurias. Habló de
pacificación y reconciliación, pidiendo que instituciones como la Iglesia
católica y las fuerzas armadas acompañaran ese proceso. Lo hizo mediante carta
abierta en 1985; siete años después, caído ya el autócrata, insistía en la
necesidad de fortalecer el pluralismo, resaltando la misión encomendada a los
partidos políticos. No había otro camino que el de las deliberaciones y el
consenso para avanzar como sociedad.
Recibió
el premio Cervantes en 1989. Fue una distinción que resultaba del todo justa.
Cuando, mientras presentaba ese galardón, se dirigió al Parlamento de su país,
anunció su apuesta por un proyecto, Fundalibro Cervantes, merced al cual niños
y jóvenes tendrían acceso a libros subvencionados. Él quería contribuir al
enriquecimiento cultural de sus conciudadanos. Volvió en 1996 con ese fin. Por
desventura, su propuesta no prosperó y, con más pesares que alborozos, murió el
26 de abril de 2005.
Nota fotográfica. La
imagen que ilustra el texto ha sido tomada del sitio de Internet de la
Fundación Roa Bastos.
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