Otros pueblos anteriores
han tenido cultura, han tenido religión, han tenido sabiduría; pero no han
tenido filosofía.
Manuel García Morente
Para elaborar
discursos capaces de persuadir, conmover o hasta embaucar al prójimo, se debe
recurrir a las ideas. A fin de forjarlas, cuando se lo realiza seriamente, es necesario
contar con una invención que, hace veinticinco siglos, se dio en Grecia: la
razón. Gracias a su ejercicio, hemos formulado nociones, teorías y sistemas que
pueden ser usados al momento de convencer, aunque también si se ansía la
conquista del poder. Conocer estas construcciones es valioso, puesto que, entre
otras cosas, nos evitarían la repetición de varios errores. Por este motivo,
festejo que aparezca Filosofía occidental
y filosofía andina. Dos modelos de pensamiento en comparación, libro que
pertenece a H. C. F. Mansilla. La obra nutre un tipo de historia que ha tenido
como practicante a Russell, para no dar más ejemplos.
Buscando la especificidad del pensamiento de Occidente, Mansilla llevó a
cabo una defensa que no es común. Me refiero a una clara y provechosa
exposición de aportes que fueron efectuados en la Edad Media. Esto sorprende a
quienes juzgan esa época indigna del menor mérito. Son destacados Tomás de
Aquino, Agustín de Hipona, Boecio y quienes permitirían la llegada del
Renacimiento, como Petrarca, primer intelectual libre, y el racionalismo. Viene
después la modernidad, secundada por todo lo que no es sino una tentativa de pulverizarla:
irracionalismo, romanticismo, existencialismo, posmodernismo. Aun en estos
casos, está claro que no podemos distanciarnos de la razón occidental, sea para
su salvaguarda o censura.
La segunda parte del libro versa sobre filosofía andina, que, en rigor, es
una especie del género. No hay un modelo alternativo de pensamiento, algo
radicalmente distinto de aquel marco que sirve para comprender esa disciplina,
arte o conducta. Se usan, pues, las mismas herramientas conceptuales, al igual
que los campos en que se divide, para plantear sus muestras de sabiduría. Al
respecto, resalto que, verbigracia, Josef Estermann habla de “ética cósmica”, explotando
una rama que no fue engendrada por su doctrina. Lo mismo sucede con sus
proposiciones de carácter ontológico y epistemológico: a lo sumo, presentan
nuevos conceptos para discutir, pero no suprimen la esencia del razonamiento
filosófico, el cual es universal. Porque se puede reflexionar en cualquier
parte del mundo; empero, si uno pretende hacer filosofía, existen ciertas
condiciones que cabe cumplir. Un requerimiento básico es buscar verdades
mediante la razón, sin apelar a respuestas oraculares o divinas, aun cuando
éstas sean precolombinas.
En general, por filosofía andina, puede entenderse una crítica del proyecto
de la Ilustración y la modernidad, esto es, otra corriente que procura
reivindicar lo emotivo, sentimental, colectivo; igualmente, los vínculos
primarios. Ello en lugar del frío racionalismo, individualismo y egoísmo de
Occidente. Así, aunque integre esa tradición intelectual, no la considera
rescatable ni merecedora de fe. Pero los Andes tampoco creen, como escribía
Costa du Rels, en el espíritu crítico y la libre discusión, dos aspectos
centrales de la filosofía. No se nota en esas reflexiones el afán de ser
sometidas a debate, pareciendo más dogmas que tienen relación con la teología. Quizá
por ello la democracia, régimen en donde floreció el pensamiento filosófico y
que debería resguardarse, no les resulte apreciable. A propósito, por
coherencia, su filosofía política tendría que amparar un orden autoritario,
como el vigente durante los tiempos incaicos.
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