Pero hay quien es incapaz de realizar este esfuerzo; hay quien, puesto a
bogar en la región de las ideas, es acometido de un intelectual mareo. Ciérrale
el paso un tropel de conceptos fundidos los unos con los otros. No halla salida
por parte alguna; no ve sino una densa confusión en torno, una niebla muda y
opresora.
José Ortega y
Gasset
Criticando el estilo de Hegel, caracterizado por
las frases oscuras y los razonamientos que parecen haber sido concebidos para
mortificarnos, Karl R. Popper censuró a quienes incurren en un "parloteo
sin sentido". Así, con claridad, él se decantaba por cuestionar a las
personas que, simulando profundidad, construyen frases en donde la lucidez no
aparece. Entre otras cosas, esta clase de cavilaciones, casi nada provechosas,
suele demandar la construcción de oraciones dilatadas, abundantes,
kilométricas. Porque, además del gusto por la confusión, advertimos en esos
autores el anhelo de amontonar palabras hasta causar vértigo. Según se observa,
existe un patente desprecio por la brevedad, esa virtud que los clásicos
estimaron con absoluta justicia. Nunca será superfluo destacar que, en
ocasiones, un solo vocablo basta para reflejar nuestras principales
convicciones.
Para Camus, la rebeldía no
comienza con un ampuloso discurso en pro de los hombres libres. Puede haber
gente que, amante del verbo, extenúa su garganta para denunciar injusticias,
deplorar a los presuntos explotadores. No niego que todas esas peroratas, cuyos
conceptos capitales han sido repetidos en diversas épocas, puedan ser
persuasivas. Naturalmente, resulta asimismo posible que sean inútiles para
provocar el impacto deseado, empezar un proceso capaz de terminar con la
infamia. Por este motivo, se parte de algo más elemental. Desde los tiempos de
Espartaco, entonces, siguiendo al autor del libro La peste, iniciaríamos
esa lucha contra la opresión merced a un monosílabo: no. Puede haberse
mantenido una situación de inmoralidad durante muchos años; sin embargo,
aquella palabra origina la nueva realidad o, al menos, algunas alternativas.
Cuando es una manifestación
del espíritu crítico, ese par de letras surge tras un análisis profundo y
auténtico que realiza quien lo emplea. No pensamos, por lo tanto, en la
negativa que llevan a cabo seres caprichosos, sin deseos de luchar contra sus
prejuicios, supersticiones e insuficiencias. Es innegable que cualquiera puede
pronunciar esa voz, incluso escribirla con letras descomunales, salvo si alguna
patología se lo impide. Lo que no todos pueden hacer es sostener esa posición
frente a variados detractores. Mas no se debe imaginar sólo al prójimo que
rechaza tal postura, pues podemos ser también nuestros propios enemigos. No es
infrecuente que alguien se proclame cansado de una situación determinada y,
poco después, se retracte, sea expresa o tácitamente. El desafío es ser
consecuentes con esa decisión.
Son considerables los
momentos trascendentales de la política que fueron marcados por dicho vocablo.
Es un invento que los partidarios del poder irrestricto no desean percibir;
históricamente, invocándoselo, su estabilidad ha sido dinamitada. Lo que
acostumbran ponderar las autoridades, cuando éstas descuellan por sus
arbitrariedades, es una contestación tan inmediata cuanto positiva. Para ellos,
lo ideal es que sus súbditos -nunca ciudadanos- vivan en una especie de
asentimiento perpetuo. Ésa sería su noción de utopía, un escenario donde ningún
dictado que lancen sea resistido. Por suerte, jamás desaparecerán aquellos mortales
que los contradigan. Gracias a su existencia, este mundo ha contado con sucesos
que promovieron sus avances. La desobediencia civil, los movimientos
insurreccionales y, por supuesto, las revoluciones son evidencias del beneficio
que trae consigo esa gloriosa palabra. Recordemos que su olvido conlleva
nuestra sumisión.
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